La actual sede de la Casa de la Cultura perteneció originalmente a la familia Álzate López, cuyo patriarca, Silverio Álzate, desempeñó un papel destacado en la vida social de Salamina. La edificación es un claro ejemplo de la arquitectura tradicional de la Colonización Antioqueña, un estilo constructivo característico del siglo XIX, que surgió con la expansión de los colonos antioqueños hacia nuevas tierras en la región andina. Esta arquitectura se consolidó como una manifestación de la identidad cultural y económica de los antioqueños, combinando funcionalidad con estética, y utilizando materiales locales como la tapia pisada, el bahareque y la madera tallada.
Las técnicas empleadas en la construcción de esta casa han garantizado su durabilidad a lo largo de los años. La tapia pisada, un método ancestral que consiste en compactar tierra arcillosa en moldes de madera hasta formar muros sólidos, brinda gran resistencia a la estructura. Por su parte, el bahareque, técnica que combina una estructura de guadua o madera con un relleno de barro y caña, aporta flexibilidad, haciendo que la construcción resista mejor los sismos y las inclemencias del clima. Estas técnicas, utilizadas extensamente en la Colonización Antioqueña, permitieron a los colonos levantar viviendas adaptadas a las condiciones del territorio montañoso, manteniendo un equilibrio entre solidez y liviandad.
Uno de los aspectos más fascinantes de la edificación es su ornamentación. En su interior, se pueden apreciar exquisitas tallas en madera y calados realizados por Eliseo Tangarife, uno de los más importantes artesanos de la época. La madera, material fundamental en la arquitectura antioqueña, no solo se usaba para la estructura de las viviendas, sino también como un elemento decorativo. Las puertas, ventanas, balcones y aleros eran cuidadosamente trabajados con detalles geométricos y florales, reflejando la destreza de los ebanistas locales y la influencia de la tradición artesanal española.
El patio central, con una forma circular poco común en la región, representa el sol del mediodía y fue elaborado con la técnica de «crocalia», consistente en la disposición minuciosa de pequeñas piedras para formar patrones artísticos. Esta disposición no solo cumple una función estética, sino que también mantiene la frescura del ambiente y favorece la iluminación natural, principios esenciales en la arquitectura de la época. La disposición de los espacios en torno al patio central responde a un modelo de vivienda heredado de la arquitectura colonial, en el que las habitaciones se distribuyen de manera simétrica alrededor de un espacio abierto que facilita la circulación del aire.
Otro elemento distintivo de la arquitectura de la Colonización Antioqueña es el uso de corredores amplios y en algunos casos balcones perimetrales, los cuales brindan sombra y protección contra la lluvia, además de permitir una integración con el paisaje. En esta casa, la influencia antioqueña se hace evidente en el manejo del espacio, la luz y la ventilación, logrando un ambiente de armonía y confort. Las grandes ventanas con postigos de madera permiten regular la entrada de luz y calor, mientras que los techos altos y cubiertas de teja de barro favorecen la circulación del aire, manteniendo un clima fresco en el interior.
La decoración también refleja el gusto por el detalle y la funcionalidad. Los zócalos en madera, típicos de la época, protegen los muros del desgaste y brindan un acabado elegante. Los pisos, en su mayoría en madera o baldosa artesanal, aportan calidez y durabilidad a los espacios. En algunas habitaciones aún se conservan antiguos muebles y elementos decorativos que evocan el esplendor de la casa en sus primeros años, cuando era un símbolo de prestigio y buen gusto en la sociedad salamineña.
En términos de urbanismo, esta edificación también dialoga con el entorno arquitectónico de Salamina, donde la traza urbana responde a un modelo reticular de calles rectas y plazas centrales, característico de la planificación de los pueblos de la Colonización Antioqueña. El colorido de las fachadas y la uniformidad en la altura de las edificaciones crean una armonía visual que ha convertido a este municipio en un referente patrimonial.
Esta casa no solo destaca por su valor arquitectónico, sino también por su capacidad de adaptación a las condiciones climáticas y geográficas de la región, lo que demuestra la sabiduría constructiva de los colonos antioqueños. Hoy, como sede de la Casa de la Cultura «Rodrigo Jiménez Mejía», la edificación sigue cumpliendo una función vital como espacio de encuentro, difusión artística y preservación del patrimonio, manteniendo vivo el legado arquitectónico y cultural de Salamina.