Semana Santa en Salamina
Una tradición que perdura en el tiempo
La celebración de La Semana Mayor o Semana Santa, según algunos documentos dispersos y a la tradición oral, cobra inusitada importancia en Salamina, durante el curato del Presbítero José Joaquín Barco, quién dotó a su iglesia de rica y bella ornamentación y trajo la gran mayoría de las imágenes sagradas para la celebración de la Semana Santa, incluida la de Nuestro Señor Jesucristo Resucitado, junto con los Ángeles que se postran a sus lados. Sus antecesores, con los pocos elementos que poseía una parroquia recién fundada y una población rural en su mayoría, celebraban de la mejor manera la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, como uno de los eventos más importantes del calendario religioso.
El poder de convocatoria del reverendísimo Padre Barco, no tiene paralelo. Durante la semana que duraba la celebración de la solemnidad, podría decirse que el campo quedaba literalmente huérfano de habitantes, pues las familias en masa se trasladaban al pueblo a fin de asistir a todas las ceremonias, habiendo introducido la práctica de los Ejercicios Espirituales por tres días, para los niños y jóvenes; luego para las mujeres y finalmente para los hombres, que asistían masivamente, siendo el propio pastor el principal conferencista, acontecimientos que se llevaban a cabo con anterioridad a la semana de pasión. Estableció la costumbre de realizar procesiones o “pasos” alrededor de la plaza, todos los días.
El viacrucis, o Procesión Mayor partía desde el sector de Piconeros (Salida hacia Manizales), donde se leía la sentencia de muerte con un acompañamiento multitudinario, constituyéndose en uno de los actos centrales de la celebración, para luego transitar lentamente por la calle real, que desde muy temprano era adornada con árboles sembrados o enterrados junto a las aceras, a imitación de la calle de la amargura o ascenso hacia el calvario, acompañada por un río impetuoso de gentes que acudían devotamente a la convocatoria religiosa. Don Raimundo Benjumea, cargaba un pequeño órgano que hacía sonar diestramente, mientras con poderosa voz de tenor, interpretaba la letra de las estaciones en todas las esquinas.
Llegada la procesión al templo, se procedía a dar inicio al sermón de las siete palabras y al conmovedor ritual del descendimiento. La imagen cárdena y ensangrentada del nazareno, era depositada en un bello sepulcro de madera, luego de ser perfumada piadosamente por un grupo de señoras escogidas con antelación. La procesión del Santo Sepulcro, luego de un largo recorrido por las calles de la ciudad, alumbradas con mecheros alimentados con Kerosene y la sobrecogedora luz titilante de las velas que portaban los caballeros vestidos de riguroso luto, en interminable fila, presidida por las autoridades locales y las personas más acatadas y distinguidas, llegaba hasta la ermita del cementerio o capilla de Nuestra Señora de Valvanera, patrona de éste lugar donde era expuesto a la oración hasta el día siguiente.
La procesión de La Soledad, reservada al acompañamiento de las Mujeres, alcanzó máximo esplendor, al igual que la procesión de Cristo Resucitado.
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Durante el curato de Monseñor Rafael Ramírez Valencia, se llevaron a cabo algunos ensayos de Semana Santa en vivo, que no fueron de muy buen recibo por la feligresía. Durante una de esas interpretaciones, Marco Gómez un popular y recordado personaje salamineño, que era el encargado de crucificar al Mesías, luego de la representación, fue agredido sin compasión por varias mujeres, que a golpe de paraguas y gritándole improperios quisieron vengar la afrenta que nuestro actor había cometido contra Jesús. Esta y varias anécdotas más, podrían contarse de aquellos intentos fallidos por establecer la costumbre de la celebración dramatizada.
Este sacerdote se preocupó por adquirir bellísimos ornamentos, utensilios religiosos y otras imágenes, recordadas por quienes vivieron aquellas épocas. Quizá la que llamaba más la atención, era la figura de Pilatos, que integraba la procesión del Viernes Santo; de rostro jovial, autoritario y noble, cabeza que era reemplazada, luego de impartir sentencia al nazareno, por otra de facciones necróticas y desfiguradas.
Cuando le correspondió ejercer como párroco de Salamina, al eximio Monseñor Carlos Isaza Meja, debió introducir drásticas reformas a las antiguas ceremonias de la Semana Mayor, establecidas por medio del Decreto “Magna Redemptionis”, emanado de la Sagrada Congregación de Ritos, el 16 de noviembre de 1.955, alcanzando la celebración tal pompa y fama, que desde los municipio vecinos peregrinaban para acompañar la llamada Procesión de Once, que sobresalía por el recogimiento y por las piadosas y sacrificadas de mostraciones de algunos penitentes y, el desfile del Santo Sepulcro especialmente, que comenzó a ser escoltado por las autoridades locales, las fuerzas militares y de policía y cargado por reconocidas personalidades de la ciudad, mientras las bandas de guerra de las instituciones educativas, hacían sonar lentas y acompasadas marchas fúnebres, tradición que se conserva. Igualmente, se inicia el acompañamiento a los distintos actos litúrgicos, por parte de los Colegios PIO XII y Normal María Escolástica, participación que se fue extendiendo a otras instituciones educativas, dándole especial solemnidad a los actos religiosos con sus bandas musicales y marciales.
También se vinculan activamente por esos años a la celebración, la Archicofradía “Obra de Expiación para las Almas del Purgatorio” y la “Asociación Apostólica de los Sagrados Corazones de Jesús y María”, fundada por el propio Monseñor Isaza Mejía desde el inicio de su ejercicio como párroco, de la que formaron parte: María Gutiérrez, Laura Gómez de Salazar, Carlota Gómez, Carlina Gómez, Dolores Hoyos de Botero, María de Jesus Cardona, Isabel Tobón, Rosa Mejía Mejía, María Aristizabal, Rosario Gutiérrez y Matilde López.
Aparecen igualmente las llamadas judías, que se escogen entre las más hermosas jóvenes de la localidad.
Es tradición durante esos días, adecuar y decorar las calles por las que transitan las procesiones, ornamentar los balcones especialmente con orquídeas y bifloras, engalanar las vitrinas de los establecimientos de comercio; las personas pudientes hacen gala de sus mejores prendas y a la procesión del Santo Sepulcro asisten sin falta los salamineños emigrados, por encima de cualquier contingencia.
La Semana Santa es época de reencuentro. Desde su inicio, con el desfile de Ramos hasta la culminación del triduo pascual, todo es recogimiento; la visita a los Monumentos el jueves día del prendimiento, un acto social y religioso sin precedentes, debido especialmente a la ferviente vocación de nuestro pueblo que tiene profundas raíces católicas. Cuando las campanas fundidas por Basilio Restrepo, mientras se celebraba un Tedeum hace ya casi 150 años, comienzan a sonar nuevamente luego de tres días de silencio, anunciando la resurrección del Hijo del Dios, hay una colectiva explosión de alegría y el baile y la algazara se toman los lugares nocturnos, hasta muy entrada la madrugada.
Actualmente, paralelo a la efemérides religiosa, se ofrece una importante programación cultural con eventos musicales de gran calado, en el templo, capillas y lugares estratégicos de la localidad, así como exposiciones de arte y artesanías en la Casa de la Cultura “Rodrigo Jiménez Mejía”, en el Centro Regional de Educación Superior – CERES o en el Club Chamberí; complementando de ésta forma un muy abultado dossier que atrae gran número de turistas, visitantes y devotos a una de Semana Santa, que nada tiene que envidiarle a las más renombradas del país, digna de una población considerada “Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional”, una de los diecisiete pueblos patrimonio de Colombia y cuna del Paisaje Cultural Cafetero, Patrimonio de la Humanidad declarado por la UNESCO desde el 2011.
Así se cumple sin falta, cada año, otra preciosa tradición en Salamina.
Textos por: Astrid Dahiana Agudelo – Directora de la Casa de la Cultura de Salamina, extraídos del Archivo digital de la Institución