Evelio Gutiérrez Arias, conocido cariñosamente en Salamina, Caldas, como “Natilla” —un apodo que le otorgó en la infancia su compañero Raúl Arias en la escuela primaria José Joaquín Barco—, es un hombre cuya vida está tejida con hilos de humildad, resiliencia y un profundo compromiso con los demás. A sus 65 años, Evelio se describe con un toque de humor autocrítico: “Soy como las viejas, impertinente y maleducado, y conocí el arcoíris cuando era blanco y negro”. Su lema, “qué tristeza pasar por este paseo de la vida sin dejar una huella profunda humanitaria”, no es solo una frase, sino el farol que guía sus pasos. Artesano joyero, apicultor apasionado y defensor incansable de la importancia de las abejas, a las que considera la especie más crucial del planeta, Evelio es un testimonio de cómo las dificultades pueden transformarse en oportunidades para crecer y contribuir al bien común.
Nacido en el seno de una familia de cinco hermanos —tres hombres y dos mujeres, de los cuales una, Beatriz, de grata recordación para el editor, uno de sus hermanos fallecido—, Evelio es hijo de Julio Enrique Gutiérrez y María Esther Arias. Su madre, una mujer de corazón generoso, dedicaba sus domingos a la cruzada social, repartiendo alimentos a los más necesitados y visitando hospitales para ofrecer consuelo. Su padre, una figura polifacética, fue concejal, alcalde de Salamina en 1975 y diputado de la Asamblea de Caldas. Melómano empedernido, amante de Beethoven y los grandes maestros clásicos, Julio era también esperantista, joyero y un tertuliano que cautivaba con sus historias. Como miembro de la junta del hospital local, ayudó a innumerables personas con auténtica caridad. De ellos, Evelio heredó no solo su amor por la joyería y la música, sino también un sentido solidario que define su existencia.
La vida de Evelio no ha estado exenta de pruebas. El 7 de abril de 2017, un incendio devastador arrasó con una manzana entera de la calle Real de Salamina, reduciendo a cenizas su hogar, sus herramientas de joyería, libros, discos y recuerdos de toda una vida. El desastre no solo destruyó comercios y afectó a numerosas familias, sino que marcó un antes y un después en la vida de Evelio. “Se perdieron cosas materiales, más no las ganas de seguir con vida y el sentido filantrópico”, afirma con una fortaleza que refleja su carácter. La solidaridad de la comunidad ha sido su salvavidas. Con aportes de ciudadanos de buen corazón, Evelio ha comenzado a reconstruir su vivienda, a la que ha bautizado como “La Casa del Bicentenario”. Una vez terminada, planea celebrar un acto cultural en la calle para expresar su gratitud, obsequiando a quienes lo han ayudado con un detalle de joyería, un gesto que refleja su naturaleza agradecida y creativa.
Como artesano joyero, Evelio continúa el legado de su padre, trabajando con dedicación para crear piezas que llevan consigo su esencia y su historia. Sin embargo, su pasión por las abejas es quizás el rasgo que más lo define. Es miembro activo de ASAPI (Asociación Salamineña de Apicultores), una organización que mantiene colmenas en las veredas El Tigre y Palo Santo. Para Evelio, las abejas son un símbolo de unión y trabajo colectivo, esenciales para la polinización y la producción de frutos. “Sin ellas, no habría vida como la conocemos”, asegura. Su admiración por estas criaturas lo lleva a dictar charlas en colegios y escuelas, donde comparte con entusiasmo la importancia de las abejas para el medio ambiente y la humanidad, así como la belleza de las flores que ellas polinizan. Estas conferencias no son solo educativas, sino también un canto a la vida y a la interconexión de todos los seres.
El apodo “Natilla”, aunque nacido de las bromas infantiles, es hoy un sello de identidad que Evelio lleva con humor y cariño. “Soy más conocido que la marihuana”, bromea, reflejando su cercanía con la gente de Salamina. Su vida no es fácil; combina la joyería y la apicultura con lo que él llama “el rebusque”, una manera de sobrevivir en medio de las adversidades. Sin embargo, su optimismo es inquebrantable. “La vida es hermosa, con dificultades, pero superables”, dice, y su actitud es una lección de resiliencia.
Evelio no solo trabaja para reconstruir su hogar, sino también para dejar un legado de bondad y conciencia ambiental. Su sueño es que “La Casa del Bicentenario” no sea solo un refugio, sino un espacio de encuentro cultural y agradecimiento. A través de su labor como apicultor, busca proteger a las abejas y educar a las nuevas generaciones sobre su valor. Como joyero, transforma metales en arte, y como ser humano, convierte las adversidades en oportunidades para ayudar y conectar con los demás.
En un mundo donde a menudo priman el individualismo y la indiferencia, Evelio Gutiérrez Arias es un recordatorio de que la verdadera riqueza está en el impacto que dejamos en los demás. Su vida, marcada por la pérdida y la reconstrucción, es un testimonio de que, con solidaridad y perseverancia, se puede renacer de las cenizas. Evelio no solo está reconstruyendo una casa; está edificando una huella humanitaria que, como las abejas que tanto admira, poliniza la esperanza en su comunidad.