A manera de obituario: Wilson Vanegas Rivera
El día once de septiembre de este año, recibimos la infausta noticia del fallecimiento de Wilson, a quien sus cercanos llamaron “el pollo”; un ser humano sobresaliente, tanto por sus virtudes personales como por su actitud ante la adversidad.
Fue en su juventud un destacado futbolista, una “verdadera promesa” como dicen ahora los expertos, carrera truncada por un fatídico accidente de tránsito, que no minó su entusiasmo y deseos de lucha para solventar su futuro. Desde entonces, la silla de ruedas fue su compañera permanente.
Tuvimos oportunidad de conocerlo mejor en el segundo semestre del año anterior, cuando hicimos equipo para su aspiración al Concejo Municipal de Salamina. Nuestra impresión fue la mejor y lo resume la respuesta que recibimos a la pregunta del por qué quería ser concejal: “No lo hago para que me regalen nada, lo hago para que los derechos de las personas en situación de discapacidad sean respetados. Quiero ser su representante.” Su sueño no se pudo cristalizar.
En este noble intento afloró en él la herencia de lucha y solidaridad de su padre, el señor Jesús Vanegas, reconocido líder obrero y defensor de las causas sociales del municipio. Además, subrogó el temple y sinceridad, que le granjearon tantos amigos como contradictores, pero sin sobrepasar el límite del respeto. Su desvelo y preocupación por el bienestar de las personas con limitaciones físicas y síquicas era permanente y quedó en camino la radicación de una acción popular para lograr el acondicionamiento del espacio público para la movilidad y el acceso sin obstáculos en los despachos oficiales en Salamina.
A sus familiares, nuestro saludo afectuoso y la voz de aliento para que la semilla sembrada por don Jesús y por Wilson, que ahora hacen equipo, permanezca en sus corazones como el mejor legado y herencia que les hará inolvidables. Vaya nuestra ofrenda en su honor a través del poeta paisa Carlos Castro Saavedra, quien escribió:
Así es la patria, amigos, que yo sueño
Con mi frente en mis manos apoyada:
Hasta la cima de los montes verde
Y hasta el mar florecida y trabajada
Con hombres con aspecto de azadón
Y por mujeres con rumor de azada.
Patria de las faenas industriales
Y de la piel activa y acerada,
Que podría llamarse, en vez de patria,
Perpetuo amanecer o madrugada.
Paz en sus pueblos, paz en sus caminos
Y buena voluntad en la mirada.
Por el amor de todos construida
Y por el equilibrio gobernada…
El once de septiembre es una fecha luctuosa en la historia universal y ahora para nosotros tiene un motivo adicional, la noticia de la muerte de nuestro amigo Wilson.
Paz en su tumba.
La muerte de un ser querido siempre es un golpe duro para el corazón, pero cuando ese ser querido ha sido un luchador incansable por los derechos de los demás, su partida deja un vacío no solo en la vida de quienes lo conocieron, sino también en las causas que abrazó. Hoy nos despedimos de Wilson Vanegas Rivera, un amigo entrañable, un hombre que dejó huella en la vida de muchos, no solo por su valentía, sino por su humanidad. La tristeza de su muerte se mezcla con el orgullo de haber sido testigos de su lucha, su ejemplo y su capacidad para transformar el dolor en un motor de cambio.
Wilson no fue una persona común. Desde su juventud, se destacó como deportista, llevando el nombre de Salamina con orgullo y demostrando que el trabajo duro y la disciplina podían abrir puertas a grandes oportunidades. Todos lo recordamos como un joven lleno de energía, con una sonrisa franca y un deseo profundo de superarse a sí mismo y de ser un ejemplo para los demás. Sus logros en el deporte eran motivo de admiración, y su espíritu competitivo, siempre acompañado de un profundo respeto por sus adversarios, lo convertían en una figura ejemplar.
Sin embargo, el destino, en ocasiones, tiene maneras impredecibles de cambiar nuestras vidas. Un accidente de tránsito truncó abruptamente su carrera deportiva y lo colocó en una nueva senda, una en la que el desafío ya no era superar a los demás en el campo de juego, sino superar las limitaciones que le impuso su nueva realidad. Para muchos, este evento podría haber significado una derrota definitiva, un golpe del cual no sería posible levantarse. Pero para Wilson, fue una oportunidad para redirigir su vida y luchar por aquellos que, como él, enfrentaban la vida desde una nueva perspectiva. La silla de ruedas.
Este accidente no solo cambió el curso de su vida, sino que le reveló una misión mucho más grande que la que había imaginado antes: abogar por las personas en condición de discapacidad, luchar por sus derechos y visibilizar sus necesidades. En lugar de rendirse, Wilson asumió su nueva condición como un desafío y decidió convertirse en una voz para aquellos que muchas veces no eran escuchados. Su lucha se convirtió en la lucha de muchos.
Su candidatura al concejo de Salamina no fue solo un gesto político, sino una manifestación de su profundo compromiso social. Wilson no aspiraba a cargos de poder para beneficio propio, sino con el propósito de hacer de Salamina un lugar más inclusivo y accesible para todos. Su proyecto de hacer de las vías y veredas del municipio lugares amigables para las personas con discapacidad no era solo una promesa de campaña, sino un sueño profundamente personal y colectivo. Sabía mejor que nadie lo que significaba enfrentarse a la falta de accesibilidad, a los obstáculos físicos y a la indiferencia de una sociedad que muchas veces no reconoce las necesidades de las personas con discapacidad.
Las calles de Salamina, su amada tierra, representaban para Wilson más que simples caminos. Para él, eran símbolos de lucha, de resistencia, de inclusión. Cada piedra en el camino, cada escalón imposible de sortear sin ayuda, cada rampa que no existía, eran recordatorios diarios de las barreras que enfrentan quienes viven con una discapacidad. Pero lejos de resignarse o de amargarse ante estas realidades, Wilson decidió ser un agente de cambio. Y aunque sus esfuerzos por llegar al concejo no se vieron reflejados en una victoria electoral, su lucha no fue en vano. Las conversaciones que inició, las propuestas que planteó y la conciencia que despertó en tantos de nosotros continúan resonando.
Wilson comprendía que las personas con discapacidad no necesitan lástima, sino oportunidades. No necesitan compasión, sino accesibilidad. No necesitan ser vistos como individuos frágiles, sino como ciudadanos con los mismos derechos y capacidades que el resto, solo que enfrentan barreras que otros no perciben. Este fue el eje de su mensaje, y lo llevó con una dignidad y una fuerza que inspiraba a todos aquellos que lo conocimos. Su lucha nos enseñó a ver el mundo de otra manera, a cuestionar nuestras propias actitudes y a reflexionar sobre cómo, como sociedad, a menudo fallamos en incluir a todos en el mismo camino de progreso.
Aunque su vida estuvo marcada por el dolor de un accidente que le cambió el rumbo, nunca permitió que esa experiencia lo definiera de manera negativa. Al contrario, se levantó con más fuerza, decidido a no solo sobrellevar su propia situación, sino a mejorar las condiciones de vida de otros. Nos demostró con hechos que, incluso cuando el destino nos arrebata los sueños que habíamos construido, siempre podemos forjar otros, y que esos nuevos sueños pueden ser aún más grandes, más profundos, más transformadores.
Es inevitable sentir tristeza por su partida. La muerte de Wilson Vanegas es una pérdida profunda para su familia, para sus amigos y para toda la comunidad de Salamina. Sin embargo, también es un momento para recordar su vida, su legado y su incansable lucha. Es un momento para honrar su memoria no solo con palabras, sino con acciones. A todos nosotros nos queda el compromiso de continuar su obra, de seguir luchando por una Salamina más inclusiva, más justa, más amable para todos sus habitantes, sin importar sus capacidades.
Hoy nos despedimos de Wilson, pero su legado permanece. Permanece en las vidas que tocó, en los corazones que inspiró y en las causas que defendió. Su lucha no termina con su muerte. Al contrario, es un llamado para que todos sigamos adelante, para que recordemos que cada pequeño cambio que hagamos en nuestra comunidad puede ser un gran paso hacia la inclusión. Wilson nos dejó una misión, y es nuestra responsabilidad llevarla adelante.
Finalmente, quiero dirigir unas palabras a su familia, a quienes estuvieron a su lado en los momentos más difíciles, a quienes compartieron con él no solo sus luchas, sino también sus alegrías, sus esperanzas y sus sueños. A ustedes, les enviamos todo nuestro apoyo y nuestra gratitud por haber sido parte esencial de la vida de este hombre excepcional. Su dolor es compartido por todos nosotros, pero sepan que el legado de Wilson seguirá vivo, no solo en sus corazones, sino en cada rincón de Salamina, en cada vereda por la que él soñó caminar sin obstáculos, en cada lucha por la inclusión que aún queda por librar.
Que la paz esté con él en su tumba, y que su lucha continúe viva en cada uno de nosotros.