Heredero de raíces fundadoras: legado de justicia y servicio

Ser descendiente directo de José Nicolás Gómez Zuluaga, fundador y primer juez de facto de Salamina, así como de su hijo Eleuterio Gómez y su nieto Ramón María Gómez, es un privilegio que implica compromiso, memoria, identidad y responsabilidad histórica.

Hay nombres que no se borran con el paso del tiempo. Nombres que no solo figuran en las actas de fundación de los pueblos, sino que laten en las calles rectas, en las campanas de las iglesias, en la voz de los abuelos y en las memorias familiares que se transmiten como tesoros invisibles. Para mí, ser descendiente directo de José Nicolás Gómez Zuluaga, uno de los fundadores de Salamina, Caldas, y su primer juez de facto, es un honor profundo que me conecta con la historia viva de esta tierra, con la esencia misma de su identidad. Pero no solo él hace parte de ese linaje de servicio y compromiso. También lo fueron su hijo, Eleuterio Gómez, y su nieto, Ramón María Gómez, ambos alcaldes en repetidas ocasiones. Llevar esa herencia en la sangre es llevar la historia de un pueblo como fuego sagrado.

En cada rincón de Salamina hay una historia, pero muy pocas veces se piensa en quiénes pusieron la primera piedra, en quiénes decidieron quedarse en este suelo fértil, bello y desafiante para forjar una comunidad donde antes solo había montaña y silencio. Uno de ellos fue José Nicolás Gómez Zuluaga, uno de los pioneros que participó activamente en la fundación del municipio en 1825, como parte del movimiento colonizador antioqueño que expandió la frontera agrícola y cultural hacia el sur.

Pero más allá de haber sido uno de los fundadores, su papel como primer juez de facto de Salamina le da un peso simbólico y real a su legado: fue la figura encargada de impartir justicia en una comunidad naciente, cuando las leyes apenas se acomodaban a las realidades del terreno, cuando la autoridad se construía desde la legitimidad que otorgaba la rectitud, la palabra y el ejemplo. Ser juez en ese contexto no era ejercer poder, sino equilibrio, sabiduría y mesura.

Me pregunto con frecuencia cómo serían sus días, sus decisiones, los conflictos que debía mediar y la confianza que su palabra inspiraba. En un mundo donde la institucionalidad era frágil y la vida comunitaria dependía del respeto mutuo, ser juez era ser constructor de armonía. Saberme su descendiente me lleva a pensar en la justicia no solo como un valor legal, sino como una forma de vida.

La historia no se detuvo con él. Su hijo, Eleuterio Gómez, también dejó huella profunda en Salamina. Fue alcalde en varias ocasiones, y su gestión es recordada por su compromiso con el desarrollo del municipio en momentos complejos, cuando el país transitaba por guerras civiles, crisis políticas y cambios económicos. Gobernar entonces era también resistir y construir. Eleuterio encarnó la vocación de servicio público, una herencia paterna que supo multiplicar con decisión.

Pero la cadena no se detuvo ahí. Ramón María Gómez, nieto de José Nicolás e hijo de Eleuterio, también fue elegido alcalde en diversas oportunidades. La gente confiaba en él, como había confiado en sus antecesores. Su nombre aparece en los archivos municipales, en testimonios orales, en los libros polvorientos de actas que duermen en algín archivo del municipio. Esas páginas no solo consignan decretos y nombramientos; allí también están las ideas de progreso, las luchas por la educación, el agua potable, las vías, el respeto por la tradición.

Soy heredero de esos nombres. No de sus cargos —que fueron pasajeros—, sino de su vocación de liderazgo, su espíritu de justicia y su compromiso con el bien común.

A lo largo de mi vida, he comprendido que la identidad no es solo una etiqueta de procedencia, sino una raíz que alimenta cada decisión. Ser descendiente de quienes construyeron y sirvieron a Salamina me compromete a mirar esta tierra con otros ojos. No puedo caminar por la plaza, por el cementerio o por las veredas sin sentir que parte de mi historia personal está anclada aquí, sin escuchar ecos de conversaciones pasadas, sin imaginar la voz de José Nicolás leyendo un veredicto, o a Eleuterio organizando un cabildo, o a Ramón María dialogando con sus conciudadanos.

La memoria es un hilo invisible que une generaciones. En mi casa se hablaba con respeto de los antepasados. No como ídolos, sino como seres humanos que vivieron con intensidad su tiempo y asumieron responsabilidades con dignidad. Esos relatos alimentaron mi sentido de pertenencia, mi orgullo sano por ser salamineño, mi deseo constante de seguir contribuyendo, desde mis capacidades, al bienestar del lugar que me vio nacer.

Muchas personas creen que el linaje es un pedestal. Yo no lo veo así. Ser descendiente de estos hombres no me hace mejor que nadie. Pero sí me invita, cada día, a vivir con coherencia, a actuar con integridad, a honrar sus nombres no desde el orgullo vacío, sino desde el compromiso con lo público, la defensa de la verdad y la búsqueda del bien común.

No basta con recordar: hay que actuar. Y actuar con conciencia de lo que representamos. Ser nieto, bisnieto o tataranieto de líderes es una invitación a ser también servidor, a escuchar, a proponer, a cuidar.

Hoy, cuando el mundo se mueve entre el escepticismo y la indiferencia, cuando la política se ve con sospecha, cuando la historia se olvida con facilidad, me resulta urgente y necesario decir que sí, hay linajes que valen la pena reivindicar, no por nostalgia, sino porque en ellos hay claves para construir presente y futuro.

Salamina no es cualquier pueblo. Su historia cultural, su arquitectura, su gente, su temple, todo habla de una identidad forjada con esfuerzo, con sueños, con vocación de futuro. Ser parte de esa historia desde las raíces mismas me permite ver este municipio con un amor que no es ciego, sino crítico, activo y esperanzador.

Me conmueve pensar que en alguna banca de la plaza se sentaron ellos, que en alguna reunión se debatieron ideas que hoy son realidad, que en algún documento todavía sin digitalizar está la letra de uno de mis antepasados. Esos rastros no son polvo del pasado: son huellas que inspiran.

Así como Salamina ha sido cuna de poetas, educadores, políticos y artesanos, también ha sido refugio de valores que hoy están más vigentes que nunca: la justicia, la honestidad, el trabajo colectivo, el respeto a la palabra dada.

Hoy, desde mi lugar en el tiempo, desde esta lejana Patagonia, con la tecnología a mi alcance y los desafíos contemporáneos golpeando la puerta, siento que mi deber como descendiente de José Nicolás, Eleuterio y Ramón María Gómez es seguir abonando este suelo, ahora con ideas, con proyectos, con visiones que honren su ejemplo. Quiero que las nuevas generaciones conozcan sus nombres, no como adornos del pasado, sino como faros para el presente.

Estoy convencido de que recordar es resistir al olvido, y honrar es transformar la memoria en acción. La historia no debe ser solo objeto de conmemoración, sino semilla para el porvenir.

Quizás nunca llegué a conocer sus rostros más que por fotografías borrosas o relatos lejanos, pero sus vidas laten en la mía. Cuando hablo de Salamina, cuando escribo, cuando sueño, cuando defiendo una causa justa, sé que lo hago también por ellos.

Ser su descendiente no es una casualidad: es una misión.

4 respuestas

  1. Magnífico artículo José Eleuterio, proyección actual cargada de historia, sin reclamar merecimientos atavicos.
    Solo actuar y pensar con respeto, a ese legado excepcional.
    La vida municipal debe trascender sin el manejo amañado de algunos, en su propio beneficio.
    Revisemos la bella historia de nuestro amado pueblo, para no repetir lo malo, sino mirar hacia un futuro amable y desinterésado.

    1. Muchas gracias por tu lectura y por tan generoso comentario. Coincido plenamente contigo: es necesario honrar nuestro legado actuando con respeto y sentido de responsabilidad, no desde el discurso fácil ni desde la apropiación interesada de nuestra historia.

      Hoy más que nunca, la vida municipal necesita altura, visión, y un verdadero compromiso con el bien común, lejos del cálculo personal y de los manejos amañados que, como bien dices, no pueden seguir marcando el rumbo.

      Volver sobre nuestra historia, reconocer sus luces y también sus sombras, nos permite construir un futuro más justo, transparente y verdaderamente digno para Salamina. Esa es la apuesta: memoria sin idolatría, gestión sin propaganda, ciudadanía sin mordaza.

      Un fuerte abrazo y nuevamente gracias por sumarte a este diálogo necesario.

  2. Es de gran valor encontrar en este artículo temas tan enriquecedores, admiro tus detalles y la reflexión que hago desde tu experiencia. Y conozco muy poco de mi tierra.
    Gracias hermano mio. Y mis 👏 👏 👏 felicitaciones.

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