
Una Caravana de Memoria y Orgullo por las Montañas de la Colonización Antioqueña
Hay eventos que no solo suceden: resucitan. Despiertan la memoria de los pueblos, hurgan en lo más hondo de la identidad y nos reconcilian con las raíces. Así fue la gran Mulada “Vicente Fermín López Buitrago”, un homenaje de carne, crin y corazón que cruzó montañas y caminos polvorientos para honrar el legado de la arriería y la epopeya fundacional de la región andina de Colombia.
El retumbar de los cascos sobre la tierra antigua volvió a despertar la memoria de los caminos. Este fin de semana, una caravana monumental de más de 1300 jinetes y mulas cargadas, como en los tiempos idos de la arriería, surcó los antiguos caminos de herradura que alguna vez hollaron los colonizadores que forjaron el corazón montañoso de Colombia. Fue la Mulada “Vicente Fermín López Buitrago”, un homenaje viviente a los hombres que, a lomo de mula y con machete al cinto, abrieron selvas, fundaron pueblos y tejieron patria.
Más de 1300 jinetes a lomo de mula, mulas cargadas con talegas, bastimentos y hasta herramientas de antaño —como si el tiempo hubiera dado la vuelta— surcaron los antiguos caminos de herradura, evocando la época en que el país se construyó a fuerza de paso firme y terquedad montañera. La travesía partió desde Abejorral, Antioquia, y avanzó en varias etapas hacia el sur: primero a Sonsón, luego a Aguadas, a continuación, a Pácora, y culminaron gloriosamente en Salamina, joya patrimonial de Caldas, donde el alma de la arriería aún respira en cada calle y en cada balcón florecido. No fue solo un recorrido, fue una epopeya. Cada paso resonó con la voz de la historia, con la épica silenciosa de los abuelos arrieros que, hace más de siglo y medio, salieron del altiplano antioqueño en busca de tierras fértiles para labrar un nuevo destino. Fue esa gesta la que la historia ha bautizado como La Colonización Antioqueña.
Para entender la importancia de esta travesía, hay que remontarse a mediados del siglo XIX, cuando Antioquia, aislada por su geografía y limitada en tierras cultivables, vio partir a miles de familias campesinas en busca de nuevas tierras. Así nació lo que los historiadores han llamado la Colonización Antioqueña, uno de los procesos migratorios más determinantes en la configuración del occidente colombiano. No fue un éxodo masivo de terratenientes, sino de labriegos, arrieros, jornaleros, artesanos y mujeres valientes, que con una mula, una esperanza y una virgen al cuello, se lanzaron a abrir selvas y poblar montañas.
En esta migración, que transformó la geografía social y cultural del país, Salamina nació como una de sus joyas más preciadas. Fundada en 1825 por colonos provenientes de Sonsón y dirigidos por Vicente Fermín López Buitrago, esta ciudad se convirtió en faro civilizador del norte de Caldas, el sur de Antioquia y zonas aledañas del Tolima y el Valle. Su papel en la historia no es menor: fue madre, maestra y forjadora del Viejo Caldas. Su arquitectura blanca, su brisa montañera y su identidad cafetera la ubican hoy como Patrimonio de la Humanidad, pero su alma sigue siendo arriera.
Los caminos que siguió la mulada no fueron inventados para el evento. No. Son los mismos caminos por donde transitaron las primeras generaciones de colonos, a través de montañas empinadas, guaduales espesos, ríos traicioneros y nieblas eternas. Son verdaderos caminos de herradura, que no se entienden sin el mulo: ese animal híbrido entre el caballo y el burro que, por su fortaleza, equilibrio y carácter, fue esencial en la epopeya fundacional del occidente colombiano.
Fue a lomo de mula que se cargó el café, se llevó la sal, se distribuyeron medicinas, se enviaron cartas, se fundaron escuelas y se construyeron templos. El arriero fue más que un comerciante: fue educador, diplomático, narrador oral, estratega, poeta, mecenas. Y su instrumento fue la mula, noble y firme compañera de caminos.
Durante el recorrido, la emoción fue creciendo. En cada municipio la caravana fue recibida con aplausos, bandas papayeras, comida campesina y afecto. Las administraciones municipales de Abejorral, Sonsón, Aguadas, Pácora y Salamina no fueron simples espectadoras: se vincularon activamente, entendiendo que este tipo de eventos no solo promueven el turismo, sino que consolidan la identidad cultural de la región.
Por eso, la llegada de la Mulada no fue una simple cabalgata: fue un acto de memoria. Las mulas cargadas, los arrieros cantando trovas, los jinetes ataviados como antaño, las monturas adornadas, todo evocaba una época en que la comunicación entre pueblos dependía de los pasos firmes de estos nobles animales. Cada mulero traía consigo historias, cantos y anécdotas de un oficio que desafía el tiempo. Se vieron cargueros de mulas con talegas, campanas al cuello, y el sonido familiar del chicote marcando el paso.
Y entonces llegó el día esperado: la entrada a Salamina, ciudad cumbre de la colonización antioqueña y declarada Patrimonio Histórico y Cultural de la Nación. Desde tempranas horas, el pueblo se volcó a las calles. Las fachadas blancas se adornaron con flores, los balcones se llenaron de pañuelos ondeantes y banderas, la plaza central vibró con bambucos y pasillos, y las campanas repicaron como si se tratara de una gran fiesta nacional.
El pueblo entero de Salamina se volcó a las calles. Balcones floridos, pañuelos blancos, música andina y aplausos acogieron la entrada de la caravana multicolor. Fue un acto de respeto, pero también de agradecimiento. La memoria se celebra andando, y eso lo entendieron los organizadores de esta gesta, un grupo de antioqueños que, enamorados de sus mulas y de la historia compartida, decidieron rendir homenaje al líder de los fundadores de Salamina, Vicente Fermín López Buitrago.
Las administraciones se sumaron a este esfuerzo con entusiasmo. Fue un ejemplo de articulación territorial, de orgullo regional y de defensa de las tradiciones. En el desfile se entremezclaron caballistas del Eje Cafetero, veteranos arrieros, jóvenes aprendices y turistas emocionados por presenciar un espectáculo único, una cabalgata que no es fiesta, sino lección de historia viva.
Los caminos de herradura volvieron a tener sentido. Bajo las crines sudorosas, sobre las sillas de montar curtidas, vibró la dignidad del arriero, del campesino que cargó café, panela, sal y esperanza. En cada recodo del camino, la mulada revivió las huellas que el progreso, muchas veces, ha querido borrar. Y Salamina, con su alma de pueblo altivo y acogedor, recibió el tributo como corresponde: con honra, con orgullo y con un corazón abierto a la historia.
Porque no se trata solo de cabalgar hacia adelante, sino de no olvidar nunca de dónde venimos. Este evento no fue un simple atractivo turístico. Fue una declaración de principios: no olvidaremos de dónde venimos. En tiempos en que la globalización tiende a borrar las identidades, recordar la figura del arriero, la importancia de la mula, la valentía de los colonos es una forma de resistencia cultural. La mulada fue un acto de pedagogía viva, de orgullo regional y de profundo amor por la tierra.
Quedan las imágenes, los videos, los testimonios, pero sobre todo queda el eco de los cascos sobre la tierra, recordándonos que cada montaña que hoy nos da café, cada ciudad que hoy nos cobija, cada escuela, cada templo, cada puente, fue posible porque algún día, un hombre y su mula decidieron avanzar, paso a paso, sueño a sueño, hacia el porvenir.

5 respuestas
Qué buena artículo Eleuterio, estoy haciendo un compendio, si me lo permite o autoriza lo anexo a él, obvio que lleva su crédito…
Gracias Samuel, todo lo que yo escribo se puede compartir y copiar de acuerdo las Licencias Creative cloud debidamente registradas, Todos los textos que se publican en la Revista y en el portal salamina.com.co son de libre uso. Logicamente todo debe llevar los respectivos creditos del Autor.
Felicitaciones, Eleutorio parece una crónica, pero a pesar de la distancia su imaginación se hizo presente.
Eleuterio..felicitaciones,tuve oportunidad de viajar desde el Retiro para salir desde Sonsón y créame que llore como niño recordando lo que mi padre me contaba cuando fue arriero yni se diga con esa belleza de recibimiento en todas las poblaciones dónde llegamos,pero el homenajeafo Salamina me dejó marcado y gratamente emocionado…volveré,pero ya no en mulas…una razo desde el Retiro ant
Gracias Carlos por tus palabras, creame que estas letras son escritas con el corazón mas que con los dedos, se lo debo a mi antepasados que hicieron ese recorrido para fundar pueblos