Camino al Paraíso: una travesía entre montañas y tradición

La caminata "Camino al Paraíso" recorre 19 kilómetros entre Salamina y San Félix, uniendo a la comunidad en un evento anual que promueve la salud física y mental mientras se disfruta de los paisajes montañosos del norte de Caldas.

Por Eleuterio Gómez V. – Editor – Fotografías Fernando Uribe – Foto Imagen Salamina

La carretera que une Salamina con San Félix es un verdadero espectáculo natural, un recorrido que atraviesa una de las regiones de alta montaña más bellas de Caldas. En sus sinuosos caminos, los viajeros son testigos de un paisaje que combina la majestuosidad de los verdes campos con la riqueza agrícola y ganadera de la zona.

Este viaje entre Salamina y San Félix es mucho más que un simple trayecto; es un encuentro con la naturaleza en su máxima expresión, un recorrido donde cada curva ofrece una postal diferente, y donde la conexión con la tierra se siente en cada brisa, en cada aroma y en cada paisaje que se despliega ante los ojos del viajero.

La carretera que une Salamina con San Félix, en el departamento de Caldas, es mucho más que una simple vía de conexión: es un viaje sensorial, histórico y cultural a través de una de las regiones andinas más fascinantes de Colombia. Este recorrido de aproximadamente 27kilómetros, que serpentea entre montañas cubiertas de bosques nublados y pastizales, ofrece una ventana a la vida rural colombiana y a la exuberancia natural de la cordillera Central. Desde sus curvas pronunciadas hasta sus miradores imponentes, cada tramo revela secretos geográficos, tradiciones ancestrales y un paisaje que parece detenido en el tiempo.

Salamina: La Puerta de Entrada a la Montaña

El viaje comienza en Salamina, un pueblo declarado Patrimonio Nacional de Colombia en 1982 por su arquitectura colonial bien conservada. Con sus casas blancas de techos rojos, balcones tallados en madera y adornados con bellos jardines florecidos, este municipio de 20.000 habitantes es un testimonio vivo de la colonización antioqueña del siglo XIX. Antes de partir, los viajeros pueden admirar la Basílica Menor de la Inmaculada Concepción, una joya neoclásica construida en 1864, cuyas campanas aún repican para marcar el ritmo de la vida local.

Desde la plaza principal, los caminantes primero se desplazan en sus vehículos para reunirse en Villa Sarita en la vereda La Palma hacia el sur de la ciudad, desde donde parte el “Camino al Paraíso”, ascendiendo gradualmente entre colinas cubiertas de guaduales y bosques de niebla. A medida que se deja atrás el casco urbano, el aire se llena del aroma a tierra húmeda y café recién tostado, recordatorio de que esta región es parte del famoso Eje Cafetero. Los primeros kilómetros están flanqueados por fincas donde se cultivan plátanos, yucas, frutales y café, dejando a lo lejos los pequeños trapiches artesanales que aún producen panela siguiendo métodos centenarios.

La Quiebra: Donde el Bosque Abraza el Camino

A unos 10 kilómetros de Salamina, la carretera ingresa a la vereda La Quiebra, un sector donde la vegetación se densifica hasta formar túneles naturales. Aquí, especies como el roble negro, el sietecueros y el sauco crecen en simbiosis con orquídeas y bromelias que cuelgan de las ramas. Este corredor biológico alberga fauna única: es común ver colibríes como el chivito de páramo o el colibrí picoespada, mientras que en las noches, el murmullo del cucarachero montañero se mezcla con el croar de las ranas arbóreas.

La Quiebra debe su nombre a la topografía quebrada del terreno, donde la carretera se estrecha y las curvas se multiplican. En este tramo, los muros de contención están cubiertos de musgos y helechos, y el sol apenas filtra sus rayos a través del follaje. Los conductores locales cuentan que, en épocas de lluvia, la neblina es tan espesa que obliga a reducir la velocidad a 20 km/h, convirtiendo el trayecto en una experiencia casi onírica.

Tras superar La Quiebra, el paisaje experimenta una transformación radical al llegar a La Florida, una zona de páramo a 2.800 metros sobre el nivel del mar. Aquí, los bosques dan paso a pastizales extensos donde pasta el ganado normando, una raza francesa adaptada al clima frío gracias a su pelaje grueso y patas robustas. Estos animales, introducidos en la región en los años 60, son el sustento de decenas de familias que producen queso campesino y leche para los mercados de Manizales y Medellín.

En La Florida, el aire es frío y cristalino, cargado con el olor a hierba recién cortada. Durante los amaneceres, es común ver a los arrieros guiando sus vacas hacia los abrevaderos naturales, mientras las águilas reales sobrevuelan en busca de presas. En abril, los campos se tiñen de amarillo con la floración de los arboles y las plantas de los ecosistemas de alta montaña. Los habitantes de la zona relatan que, en días despejados, desde aquí puede verse el Nevado del Ruiz, aunque las nubes suelen ocultar su cumbre.

El siguiente hito en el recorrido es El Pino, un sector atravesado por quebradas como La Cristalina y La Arenosa, cuyas aguas frías nacen en los páramos circundantes. Este lugar es conocido por su bruma persistente, que envuelve los pinos criollos y los arrayanes en un manto de misterio. La humedad constante favorece el crecimiento de líquenes y hongos multicolores, creando un microcosmos ideal para estudios biológicos.

En El Pino, la carretera bordea precipicios desde donde se aprecian cascadas como El Salto de la Vieja, de 50 metros de altura. Los viajeros más aventureros suelen detenerse aquí para caminar por senderos que conducen a pozos naturales, donde el agua esmeralda invita a un baño helado. Los pobladores cuentan leyendas sobre espíritus guardianes de las quebradas, historias que se transmiten de generación en generación para explicar los sonidos nocturnos del bosque.

Alto de la Virgen: El Mirador de los Dioses

El punto culminante del viaje antes de arribar a San Félix, es el Alto de la Virgen, un mirador natural a 3.100 metros de altitud. Desde aquí, la vista abarca un mosaico de verdes: al norte, las laderas cultivadas del histórico Cedral; al sur, la meseta de San Félix; y al occidente, las cumbres boscosas y/o cultivadas que rodean el pueblo. En días claros, el horizonte se pinta con el azul intenso del cielo andino, contrastando con el blanco de las nubes que se acumulan hacia la región del, de El Recreo, El Retiro, La Pica, El Refugio, Guayaquil, La Italia y La Samaria, donde las palmas parecen tocar el cielo.

San Félix: El Pesebre de la Montaña

El destino final, San Félix, parece sacado de un cuento. Este corregimiento de 2.000 habitantes se alza sobre una meseta rodeada de montañas, con casas de adobe y techos de teja que resisten el embate del viento. La economía local gira en torno a la agricultura: cultivos de papa, arveja y mora prosperan en solares improvisados, mientras algunas mujeres tejen ruanas de lana en sus telares artesanales.

En San Félix, el tiempo transcurre con lentitud. La plaza principal, adornada con una fuente de piedra, es el lugar donde los campesinos intercambian noticias al finalizar la jornada. Los fines de semana, el aroma a leña quemada y carne asada sale de las cocinas de los, pequeños restaurantes donde se sirve sancocho de gallina y arepas de choclo con queso fresco.

La carretera Salamina-San Félix no solo es una maravilla natural, sino también un testimonio de resiliencia. Construida en los años 40 con pico y pala por comunidades campesinas, hoy enfrenta desafíos como los derrumbes en temporada de lluvias y la presión del turismo no regulado. Sin embargo, proyectos comunitarios buscan preservar su esencia: los guías locales ofrecen tours ecológicos, y las escuelas rurales enseñan a los niños la importancia de proteger los páramos.

Para quienes la recorren, esta vía es un recordatorio de que, en las montañas de Caldas, la naturaleza y la cultura humana se entrelazan en un equilibrio frágil pero hermoso. Cada curva, cada aroma a café recién molido, cada saludo de un arriero, teje una narrativa de vida en las alturas, donde la tierra fértil y el cielo infinito dialogan en silencio.

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