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Cuando decir la verdad se vuelve pecado y el silencio cómplice

En Salamina, decir la verdad se ha vuelto pecado y leer La Revista una provocación. La crítica legítima es censurada, mientras el silencio se convierte en cómplice del poder. Este artículo defiende la palabra libre como acto de resistencia frente a la corrupción institucional.

En Salamina, mi ciudad, leer La Revista se ha vuelto pecado. No porque contenga mentiras, ni porque promueva el odio, ni porque atente contra la dignidad de nadie. Se ha vuelto pecado porque dice la verdad. Y en tiempos donde la verdad incomoda, señalarla se convierte en delito moral. Lo que antes era periodismo, hoy se tilda de provocación. Lo que antes era crítica legítima, hoy se acusa de resentimiento. Lo que antes era compromiso con la comunidad, hoy se interpreta como ataque personal.

Pero no me voy a callar. Porque cuando decir la verdad se vuelve pecado, el silencio se convierte en cómplice. Y yo no vine a ser cómplice de la corrupción, del despilfarro, de la negligencia institucional ni del maquillaje político que pretende convertir la miseria en espectáculo y fiesta.

Desde que lanzamos La Revista, con textos firmados, con denuncias sustentadas, con análisis críticos, comenzó la incomodidad. No por el contenido —que nadie ha podido desmentir— sino por el hecho de que alguien se atreva a decirlo. Que alguien firme con nombre propio. Que alguien no se esconda detrás de seudónimos ni de silencios estratégicos.

Y entonces, leer la revista se volvió pecado. Compartirla, un acto de rebeldía. Citarla, una provocación. ¿Qué clase de democracia es esta, donde el periodismo independiente se convierte en enemigo público? ¿Dónde el cronista es tratado como traidor por contar lo que ve, lo que escucha, lo que investiga?

La administración municipal, en lugar de responder con argumentos, responde con desdén. En lugar de corregir, ataca. En lugar de dialogar, ignora. Y mientras tanto, los contratos se reparten sin transparencia, los eventos se maquillan con millones, y los símbolos patrimoniales —como el Teatro Municipal— se caen a pedazos.

¿Quién responde por eso? ¿Quién da la cara por el abandono del patrimonio, por el uso discrecional de los recursos públicos, por la falta de coherencia entre lo que se celebra y lo que se protege? Nadie. Porque el silencio se ha vuelto norma. Y quien rompe ese silencio, se convierte en blanco.

Pero lo más grave no es la reacción del poder. Lo más grave es la complicidad de quienes callan. De quienes leen y no comparten. De quienes saben y no denuncian. De quienes prefieren no meterse “en problemas” porque “hay que cuidar los puestos”, “hay que mantener las relaciones”, “hay que evitar que lo tilden de conflictivo”.

Ese silencio es el que permite que el abuso continúe. Que el despilfarro se normalice. Que el patrimonio se destruya. Que la cultura se convierta en pasarela. Que el periodismo se convierta en pecado.

Muchos alaban los editoriales de Vladimir. Y está bien. Tiene estilo, tiene verbo, tiene trayectoria. Pero cuando yo escribo, cuando firmo con mi nombre, cuando denuncio lo que otros prefieren maquillar, entonces soy el “problemático”, el “radical”, el resentido, el “que no sabe moderarse”.

¿La diferencia? Que yo no me escondo. Que yo firmo lo que digo. Que yo no soy tibio. Que cuando me hice profesional de las comunicaciones, me enseñaron que el periodismo es para decir la verdad sin tapujos. Y eso hago. Aunque incomode. Aunque duela. Aunque me cueste.

Mantener Salamina.com.co no es fácil. Cuesta dinero, tiempo, energía. A diario tengo que enfrentar ataques de hackers desde Bogotá que buscan desaparecer el sitio, borrar la voz crítica, silenciar la resistencia. Y aun así, sigo. Porque tengo un compromiso con mi pueblo. Porque tengo un compromiso con la verdad. Porque tengo un compromiso con quienes aún creen que la palabra libre vale más que el aplauso comprado.

Y sigo también porque ha existido respaldo, porque hay quienes han creído en la necesidad de una voz crítica, de una plataforma independiente que no se doblegue ante el poder. Pero ese respaldo debe ser coherente. No se puede pedir moderación mientras se permite que el poder pisotee el nombre de quien denuncia. No se puede exigir silencio mientras se aplaude el maquillaje institucional que disfraza el abandono como gestión.

Es momento de tomar una decisión colectiva. Si como comunidad vamos a permitir que continúe el desangre presupuestal, los malos manejos en la contratación, el silencio cómplice y la indiferencia ante la corrupción, entonces definamos si vale la pena seguir. Pero si vamos a ejercer una oposición firme, recta y argumentada, entonces hagámoslo con convicción. Sin medias tintas. Sin miedo. Sin cálculo.

Porque este proyecto no nació para agradar. Nació para incomodar al poder cuando se abusa de él, para defender la memoria, para proteger la dignidad. Y si vamos a continuar, que sea con coraje. Con ética. Con claridad. Porque la verdad no se negocia. Se sostiene. Se defiende. Se firma.

Salamina no merece una prensa silenciada. No merece una ciudadanía indiferente. No merece una cultura convertida en espectáculo. Salamina merece memoria, dignidad, verdad. Y eso es lo que defiendo. Aunque me cueste. Aunque me llamen “radical”. Aunque leer mi revista se haya vuelto pecado.

Porque si decir la verdad es pecado, entonces bendita sea la herejía. Y si el silencio es cómplice, entonces que la palabra libre sea nuestra forma de resistencia.

2 respuestas

  1. Saludo y apoyo al «hereje de la verdad» La prensa libre reclama su espacio porque le avala la imparcialidad. Ya lo dijo el caudillo: «siempre adelante»

  2. … muy interesante sus enfoques y apreciaciones de la vida pública, social y política de nuestro terruño y » Ciudad Luz «.

    Apenas hoy tuve la oportunidad de leerle. Gracias, por colocar …
    Anterior
    Y siguiente
    Y
    Poder visualizar sus anteriores editoriales.

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