
Salamina celebró el pasado fin de semana el llamado “Reinado del Paisaje Cultural Cafetero”, un evento que, según cifras aún no reveladas oficialmente, movilizó millones en logística, tarimas, transmisiones, hospedajes y decoraciones. Todo para exaltar una versión festiva y maquillada de nuestra cultura. Mientras tanto, el Teatro Municipal —símbolo vivo de la memoria, la dignidad y la resistencia cultural— se cae a pedazos, devorado por la maleza, el abandono y la indiferencia institucional.
Con menos de la mitad de lo gastado en ese reinado, se habría podido limpiar el lote, retirar la vegetación invasiva, asegurar los muros y evitar que el deterioro avance hacia el colapso total. Pero no. La prioridad fue la parranda, la pasarela, el espectáculo. Y el teatro, que alguna vez fue escenario de la palabra libre y del arte comunitario, hoy es un esqueleto silencioso que grita desde sus ruinas.
Lo más indignante es que esta misma semana, el Congreso de la República condecoró al alcalde por su “excelente gestión”. ¿Excelente? ¿Dónde está la excelencia cuando el principal espacio patrimonial de la ciudad está en estado de emergencia? ¿Qué clase de gestión ignora el corazón simbólico de su pueblo mientras se pavonea en eventos de cartón piedra?
La cultura no se mide en coronas ni transmisiones en vivo. Se mide en la capacidad de proteger lo que nos constituye, lo que nos recuerda quiénes somos, lo que nos permite resistir el olvido. Y si el teatro muere, muere también una parte de nuestra historia. Eso no lo salva ningún reinado.
Pero el teatro no es el único símbolo que se desmorona. Mientras se celebraban las fiestas del Bicentenario —con escasa difusión institucional, sin transmisión oficial por los canales de la alcaldía, y con una programación que dejó por fuera a buena parte de la comunidad—, sectores como El Playón y El Establoo se derrumbaban literalmente. Familias enteras viven hoy en peligro latente, con sus viviendas fracturadas, sus techos agrietados y sus pisos hundidos. ¿Dónde está la gestión que presume condecoraciones cuando no hay un plan de atención integral para los damnificados? ¿Dónde están los estudios técnicos, los censos, las soluciones?
La respuesta es el silencio. El mismo silencio que cubre el matadero municipal, cerrado desde hace años, sin que se ponga en funcionamiento ni se ofrezca una alternativa digna para los campesinos y comerciantes que dependen de él. ¿Qué clase de gestión ignora la soberanía alimentaria, la economía local y la dignidad de quienes trabajan la tierra?
La gestión que se celebra desde Bogotá no es la que se vive en las calles de Salamina. Es una gestión de papel, construida sobre favores políticos, sobre cifras maquilladas y sobre eventos que brillan por fuera pero se pudren por dentro. Porque mientras se gastan millones en coronas y alfombras, el teatro se desmorona, los barrios se hunden, el matadero se oxida y la comunidad se cansa.
Las fiestas del Bicentenario debieron ser una oportunidad para honrar la historia, para convocar a la ciudadanía, para recuperar espacios, para sembrar futuro. Pero fueron reducidas a una programación discreta, sin cobertura oficial, sin memoria audiovisual, sin el despliegue que sí tuvo el reinado. ¿Por qué se transmitió el reinado por Facebook Live con cámaras profesionales y cobertura total, mientras los actos solemnes del Bicentenario fueron ignorados por la oficina de prensa de la alcaldía?
La respuesta es clara: se privilegia el espectáculo sobre el contenido, la imagen sobre la acción, el aplauso sobre el compromiso. Y eso no es gestión cultural. Eso es marketing político.
Desde Salamina.com.co, como medio independiente, como espacio de resistencia y como voz comunitaria, denunciamos esta incoherencia. No se puede hablar de gestión cultural mientras se ignora el patrimonio, se abandona la infraestructura, se silencia la historia y se pone en riesgo a las familias más vulnerables.
La condecoración del Congreso no honra a Salamina. Es una medalla de papel que pretende tapar el sol con un dedo. Pero aquí, en esta tierra de memoria y dignidad, el sol sigue brillando. Y con él, la verdad.
El Teatro Municipal, símbolo patrimonial y cultural de la ciudad, agoniza en el abandono. Sus muros se desmoronan, la vegetación invade el escenario, las butacas están rotas y el techo desapareció. No hay obras, no hay estudios técnicos, no hay voluntad política. Mientras se gastan millones en reinados y fiestas, el teatro —espacio de memoria y resistencia— se hunde en el olvido.
La administración municipal presume reconocimientos por “excelente gestión”, pero ¿qué gestión puede celebrarse cuando el principal escenario artístico está en ruinas? ¿Dónde están los planes de recuperación, los recursos, los compromisos reales?
La comunidad exige respuestas. No basta con coronas ni transmisiones en vivo. Se necesita acción concreta, inversión seria y respeto por el legado salamineño. El teatro no es un adorno: es el alma de la ciudad. Y si se deja morir, muere también nuestra historia.
Desde Salamina.com.co, denunciamos la negligencia institucional y exigimos que el teatro sea prioridad. No más aplausos vacíos. Es hora de reconstruir lo que verdaderamente nos representa.