
Dicen que el café salamineño tiene el poder de afinar el oído y agudizar la lengua. Y aquí estamos, como cada semana, sentados en La Cigarra, con la taza humeante entre las manos y el murmullo del pueblo flotando en el aire. Lo que les traemos hoy no lo inventamos: lo escuchamos entre sorbos, entre risas, entre silencios que dicen más que mil discursos.
Así que acomódese, querido lector, que ya empieza el desfile de personajes, decisiones, contradicciones y nostalgias. Porque en este rincón de tertulia, donde la memoria se mezcla con la actualidad, todo se sabe… aunque nadie lo diga en voz alta.
Dicen que el café salamineño ayuda a pensar con claridad, pero esta semana ni el mejor tinto logra endulzar el alma. Porque mientras aquí saboreamos la vida, allá en Cali estalló la barbarie con un carro bomba que dejó muertos, heridos y corazones rotos. Y como si fuera poco, en Antioquia asesinaron a doce policías, doce hijos de esta tierra que salieron a cumplir su deber y no volvieron.
¡Qué dolor, carajo! ¿Hasta cuándo vamos a seguir contando muertos como si fueran estadísticas? ¿Hasta cuándo los violentos van a decidir por nosotros el rumbo de la patria? Aquí no hay ideología que justifique tanta crueldad. Ni causa, ni bandera, ni discurso que valga. Lo que hay es dolor, rabia y una urgencia: que nos devuelvan la paz que nos han ido robando pedazo a pedazo.
Desde esta mesa de café, donde la palabra aún tiene peso, alzamos la voz para decir ¡basta! Que se callen las balas y hablen los abrazos. Que la patria no se construye con pólvora, sino con memoria, justicia y pan compartido.
Y mientras tanto, seguimos escuchando… porque el pueblo murmura, y Timoteo lo cuenta.
Ya entrando en materia – como dicen los que saben y los que sospechan -, parece que al modelito del Palacio Rosado se le arrugó el discurso (y algo más), y decidió retirar, con más discreción que dignidad, el acuerdo tributario que había presentado semanas atrás. El comercio, que no se anda con rodeos, le mandó una carta con tono de reclamo y olor a indignación, diciendo que así no se hacen las cosas, que primero se conversa, se consulta, se escucha.
Los compadres del San Fernando, que tienen más calle que oficina, comentan entre tinto y buñuelo que antes de hablar de impuestos hay que revisar el predial, entender la economía local y, sobre todo, respetar a la gente. Porque Salamina no está para improvisaciones ni para decretos de escritorio. Está atrasada, sí, pero no por falta de voluntad, sino por falta de diálogo. Y si se va a cobrar, que se vea la inversión, que se note el cambio, que no se esfume el presupuesto entre asesores fantasmas y favores disfrazados de nombramientos.
Porque – y esto lo dicen varios, no lo inventa Timoteo -, la nueva encargada de la oficina de turismo sería hija de un señor que tiene contrato de transporte escolar, el mismo que puso los vehículos durante la campaña del alcalde modelo de redes sociales. ¿Coincidencia? Tal vez. ¿Casualidad? Difícil. ¿Chisme? Seguro. Pero en este pueblo, los chismes tienen más verdad que los boletines oficiales.
La gente no está en contra de pagar impuestos. Lo que quiere es que se le respete, que se le incluya, que se le devuelva en obras lo que se le quita en tributos. Que no le vendan modernidad con filtro de Instagram, sino con hechos, con inversión visible, con transparencia.
Y mientras tanto, Salamina sigue esperando. Esperando que se gobierne con el oído en la calle y no con el ego en la nube. Que se entienda que el poder no es para posar, sino para servir. Que los acuerdos no se retiran por presión, sino que se construyen con consenso.
Y como quien no quiere la cosa, se empieza a oler campaña. No por los afiches ni los discursos, sino por los movimientos de los que quieren seguir chupando banca en el Palacio Rosado. Dicen que hay por lo menos dos que ya están haciendo cuentas, promesas y coquitos.
El primero, un funcionario de vieja data, que lleva más años en la administración que el reloj del parque. Algunos dicen que no busca la alcaldía por vocación, sino por jubilación oficial con salario de mandatario. Con esa personalidad tan burocrática y antipática, le haría un gran servicio al pueblo si renuncia para lanzar su candidatura. Porque si se quema – como muchos pronostican entre sorbo y sorbo – ya no volverá a ser secretario ni funcionario, y le tocará pasarse al mundo real, ese donde no hay viáticos ni contratos por amistad.
El segundo, el jovencito Ospina Rosas, anda posando como artista popular en redes, saludando a medio mundo y tomándose selfis como si fueran votos. Dicen que está cobrando el favor: “Yo te elijo, tú me eliges”. Apoyó al modelito de turno y ahora quiere que le devuelvan el gesto. La política como trueque, como álbum de estampitas, como novela de mediodía.
Y así cerramos esta entrega, con el deseo profundo de que la próxima semana no tengamos que contar más bombas ni muertos en esta patria que merece paz, pan y respeto. Desde La Cigarra, donde el café se sirve con verdad y el chisme con memoria, les decimos: hasta la próxima, si Dios y los rumores lo permiten.