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Luis Carlos Galán: El sueño liberal que Colombia aún debe honrar

Luis Carlos Galán, asesinado en 1989, simboliza la lucha por una Colombia justa y libre de corrupción. Su legado ético y liberal sigue vigente. Hoy, se llama a Juan Manuel Galán a retomar esas banderas con convicción, liderazgo joven y memoria histórica.

Han pasado treinta y nueve años desde aquella noche oscura del 18 de agosto de 1989, cuando las balas asesinas silenciaron la voz de Luis Carlos Galán Sarmiento. Treinta y nueve años desde que Colombia perdió no solo a un candidato presidencial, sino a un pensador libre, a un reformista valiente, a un hombre que encarnaba la esperanza de una nación fatigada por la corrupción, la violencia y el miedo.

Galán no fue simplemente un político. Fue un visionario. Un liberal en el sentido más profundo y auténtico del término: no el liberalismo partidista que tantas veces se ha confundido con clientelismo, sino el liberalismo como pensamiento libertario, como ética pública, como compromiso con la verdad, la justicia y la dignidad humana. Su lucha no era por el poder, sino por la transformación. Por una Colombia donde el Estado no fuera cómplice del crimen, donde la política no fuera negocio, donde la juventud pudiera soñar sin que el narcotráfico les robara el futuro.

Luis Carlos Galán hablaba de una Colombia distinta.

Su discurso no se construía sobre promesas vacías, sino sobre principios. Denunció sin titubeos la infiltración del narcotráfico en las instituciones. Señaló con nombre propio a los corruptos. Se enfrentó a los poderes oscuros que preferían mantener el statu quo. Y lo hizo con una serenidad que solo tienen los hombres que saben que su causa es justa.

Su liberalismo no era de conveniencia. Era un liberalismo ético, humanista, profundamente democrático. Creía en el Estado como garante de derechos, no como botín de guerra. Creía en la educación como herramienta de emancipación. Creía en la política como servicio, no como escalera personal. Su palabra era clara, su mirada limpia, su causa transparente.

El asesinato de Galán fue un golpe brutal a la conciencia nacional. No solo se apagó una vida, se intentó apagar una idea. Se quiso matar el sueño de una Colombia decente. Pero como ocurre con los mártires, su muerte no logró silenciar su legado. Al contrario, lo multiplicó.

Ese 18 de agosto no solo cayó Galán. Cayó la ilusión de millones que veían en él la posibilidad de un país distinto. Su muerte fue una advertencia: el poder mafioso no tolera la decencia. Pero también fue una semilla. Porque desde entonces, cada joven que se indigna ante la corrupción, cada ciudadano que exige transparencia, cada líder que se atreve a soñar con una Colombia justa, lleva algo de Galán en su alma.

En medio del dolor, su hijo Juan Manuel Galán, aún joven, aún herido, tomó las banderas de su padre. Y en un gesto de madurez política, las entregó a César Gaviria, quien desde ese momento asumió el compromiso de continuar la lucha. Fue esa entrega simbólica la que lo llevó a la presidencia. Fue ese gesto el que permitió que, al menos por un tiempo, el ideario galanista tuviera voz en el poder.

Pero el tiempo pasa, y las banderas no pueden quedarse guardadas. Hoy, a treinta y nueve años de aquel crimen, Colombia necesita que Juan Manuel Galán vuelva a tomar esas banderas. No como una herencia familiar, sino como una responsabilidad histórica. Porque el país sigue clamando por decencia, por valentía, por coherencia. Porque el sueño de su padre sigue vigente, y aún espera ser cumplido.

La reciente muerte de Miguel Uribe Turbay, también en agosto, nos recuerda que el relevo generacional no es una opción, sino una urgencia. La juventud no puede ser espectadora. Debe ser protagonista. Y en Juan Manuel Galán hay una figura que puede encarnar ese liderazgo joven, pero con raíces profundas. Un liderazgo que no nace de la improvisación, sino de la memoria. Que no se alimenta de ambición, sino de propósito.

La juventud colombiana está cansada de la repetición de los mismos errores. Quiere una política que inspire, que eduque, que transforme. Quiere líderes que no teman enfrentarse a los poderes oscuros. Quiere voces que hablen con claridad, que miren a los ojos, que no se escondan detrás de discursos vacíos. Juan Manuel, este es tu momento. No por apellido, sino por convicción.

Hoy, desde esta tribuna de memoria y esperanza, te decimos: adelante, Juan Manuel. Toma las banderas de tu padre con gallardía. Con valentía. Con la fuerza de quien sabe que la historia no se hereda, se honra. Con la humildad de quien entiende que el liderazgo no es un privilegio, sino una carga sagrada.

Colombia necesita que el pensamiento liberal de Luis Carlos Galán vuelva a iluminar el camino. Que su ética inspire las decisiones. Que su sueño de una Colombia libre de corrupción y muerte se convierta en política pública. Que su voz, silenciada por las balas, resuene en cada rincón del país.

No estás solo. Detrás de ti hay una generación que quiere cambiar las cosas. Que no acepta el cinismo como norma. Que cree que la política puede ser noble. Que sabe que la memoria es un acto de resistencia. Que entiende que honrar a Galán no es repetir su nombre, sino continuar su lucha.

Luis Carlos Galán no murió aquel 18 de agosto. Vive en cada colombiano que se indigna ante la injusticia. En cada joven que se organiza para transformar su barrio. En cada maestro que enseña con pasión. En cada periodista que investiga con coraje. En cada ciudadano que vota con conciencia.

Su muerte fue un crimen. Pero su vida fue una lección. Y su legado, una tarea pendiente.

Treinta y nueve años después, Colombia sigue esperando que el sueño de Galán se haga realidad. Que la política vuelva a ser decente. Que el Estado proteja, no persiga. Que la juventud lidere, no huya. Que la esperanza venza al miedo.

Adelante, Juan Manuel. Las banderas están en tus manos. El país te mira. La historia te llama.

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