
¡Ah, Salamina, mi Salamina querida! Donde el sol calienta las tejas y los chismes vuelan más rápido que las garzas cuando huelen tormenta. Aquí nací, aquí murmuro, y aquí sigo siendo el rey indiscutible de las bancas de cemento. Me llamo Timoteo, y si usted no me conoce, es porque no ha escuchado bien. Porque en este pueblo, hasta las piedras saben quién soy.
Yo paso mis días en el café “La Cigarra”, ese templo del rumor donde las cucharillas son micrófonos y los pocillos, cajas de resonancia. Mi gallada, los cuenteros del San Fernando, son mi corte real: sabios de café, expertos en el arte de la sospecha, y más venenosos que una picadura de culebra con resaca.
¿Y cómo les parece esta vaina? Me tocó emberracarme, sí señor, porque el editor se tiró un artículo que dizque era mío, lo escribió con mi estilo, lo editó como si yo lo hubiera parido… ¡y pa’ rematar le puso mi firma! No, mijitos, eso sí no lo tolero. Eso suena a usurpación de identidad, y con eso no se juega.
Así que agarré el teléfono, me puse serio, y le pedí respetuosamente que hiciera la rectificación. Y vea usted, el querido Tello, que es un profesional de verdad, entendió la cosa, hizo los ajustes que tocaban y hasta me pidió disculpas por haber tomado esa decisión sin consultarme.
Eso habla bien de él, del compañerismo, del respeto entre colegas. Porque una cosa es colaborar, y otra muy distinta es ponerse la ruana ajena sin permiso. ¡Y Timoteo podrá ser popular, pero no se deja meter gato por liebre!
Pues verá, hace poco nos cayó un chisme que hizo temblar hasta las palomas de la plaza. ¡Veintidós mil millones de pesos! Sí, señor, leyó bien: veintidós mil millones soltó la gobernación – según se dice – para pavimentar cuatro kilómetros de los cinco larguitos que aún piden asfalto a gritos en la vía entre Salamina y La Merced. Pero aquí viene la pepa del mango: ¡los kilómetros beneficiados están justo en las veredas El Yarumo y La Chuspa, que pertenecen al municipio de La Merced! ¿Entonces por qué le asignaron la plata a Salamina?
El cuento lo trajo Timoteo, que lo escuchó de un personaje salamineño que fue dos veces alcalde y ahora vive en Bogotá. Él jura que la historia es cierta, que la plata llegó y que el pavimento va. Pero según nuestras averiguaciones, la cosa no es tan clara. Hay dudas razonables sobre que esa transferencia se haya dado de forma tan irregular. Y como aquí no nos tragamos entero ni el café sin azúcar, empezamos a preguntar.
Yo, que no soy ingeniero pero sí ingenioso, me pregunté: ¿será que el alcalde de Salamina tiene más influencia que mapa? Porque experiencia, lo que se dice experiencia, tiene menos que un paraguas en un huracán. “¡Lo que yo no entiendo es cómo se les ocurre hacer estas cosas!”, dije, revolviendo mi café como quien busca respuestas en el fondo del pocillo. “¡Es como darle las llaves de la casa al que vive repartiendo contratos como si fueran estampitas en procesión!”
El Flaco Ramírez, que parece un palo de escoba con sombrero, soltó: “Aquí el que no corre, vuela. Y el que no vuela, se arrastra. Y parece que el alcalde se arrastra hasta los bolsillos de allá arriba”.
Doña Gertrudis, que tiene lengua de bisturí, añadió: “La última vez que le dieron una obra, ¡pavimentó la entrada a San Félix con huecos!”
La carcajada fue colectiva, como siempre. Pero detrás del humor, había indignación. Porque aquí, entre café y café, sabemos que cuando hay plata, hay manos largas. El Gordo Martínez, con pan en la boca, dijo: “Seguro se meten la mitad al bolsillo. Y los otros once mil millones, pa’ ponerle tierra encima a los huecos”.
La Negra Sofía, que tiene mirada de detective y lengua de poeta, soltó: “O pa’ comprarse más casas en la costa.
Yo los escuchaba, saboreando el chisme como quien degusta un buen aguardiente. Porque… aunque sé que la política es más enredada que un ovillo de lana después de que un gato lo juega, también sé que el humor es nuestra mejor arma.
“Bueno, muchachos”, dije alzando mi taza, “si se va a gastar esa plata, ¡que se gaste bien! Y si no, ¡que nos den una parte pa’ echarnos un trago y brindar por la desidia!”
Y así seguimos, entre risas y sospechas, manteniendo viva la llama de la crítica. Porque si algo sé, es que sin nuestras lenguas afiladas, Salamina sería una aburrición total. Y yo, Timoteo, seguiré contando lo que se dice… y lo que no se debería decir.
Timoteo lo cuenta: estatutos, impuestos y el barrio olvidado
¡Ay, Salamina! Cuando uno cree que ya lo ha visto todo, aparece otro capítulo digno de telenovela… o de comedia negra. Y como siempre, aquí estoy yo, Timoteo, con la oreja parada y la lengua afilada, listo para contarles lo que se dice – y lo que no se quiere decir.
Resulta que casi dos meses después de la gran rumba bicentenaria – esa fiesta donde se gastaron millones en contratos, en parranda, en luces, en tarimas y en brindis que no sabían a cultura sino a derroche – la alcaldía nos salió con una joyita: el proyecto de acuerdo “Por el cual se Expide el Estatuto de Rentas del Municipio de Salamina – Caldas y se Dictan otras Disposiciones”.
¿Y qué significa eso, mi gente? Que se vienen subidas de impuestos. Sí, señor. Como quien dice: después de la fiesta, la cuenta. Y como siempre, la pagan los mismos: el pueblo.
“¡Pero bueno, hombre!”, dije yo, casi atragantado con el café. “¿Ahora quieren recuperar lo que se gastaron en la rumba metiéndole la mano al bolsillo de la gente?”
El Flaco Ramírez, que ya ni se sorprende, soltó: “Es que aquí primero se baila y después se cobra. Y el que no bailó, igual paga.”
Doña Gertrudis, con su lengua de bisturí, añadió: “¡Y nada de cultura! Ni una copla, ni una décima, ni un homenaje a los viejos sabios del pueblo. Solo música a todo volumen y contratos que se firmaban más rápido que los pasos de la champeta.”
Y yo, que no me quedo callado, pensé en el barrio El Establo. ¡Cuarenta y cinco familias! Gente que vive entre promesas rotas y calles que parecen pistas de obstáculos hundiéndose. ¿Será que con este estatuto de rentas van a solucionarles algo? ¿O solo van a usar la plata para tapar los huecos… de la fiesta?
La Negra Sofía, que siempre tiene la frase justa, dijo: “Ojalá que por lo menos les pavimenten la dignidad a los del Establo. Porque ya ni eso les queda.”
Y así, entre sorbos de café y miradas cómplices, seguimos en “La Cigarra”, contando lo que pasa. Porque si algo sé, es que en Salamina la cultura se celebra con palabras, no con contratos. Y mientras haya injusticia, habrá chisme. Y mientras haya chisme, estará Timoteo para contarlo.
¡Y para cerrar esta semana con broche de oro, les tengo una noticia que me hizo sonreír más que el primer sorbo de café en ayunas!
Por ahí estuve viendo que mi compadre el editor – que ya se le quitó la calentura conmigo, gracias a Dios – publicó una nota que merece aplausos: dos jovencitos salamineños, estudiantes del colegio Pío XII, se lanzaron como candidatos al Consejo Municipal de Juventudes por el partido Nuevo Liberalismo. Sí, ese mismo partido que nos dejó como legado el gran Luis Carlos Galán, cuya memoria seguimos honrando, justo en estos días en que se conmemora otro aniversario de su asesinato.
¡Qué orgullo, carajo! Juventud con ideas, con compromiso, con ganas de cambiar las cosas desde adentro. Ojalá que no se les apague la llama entre trámites y promesas. Y que no olviden al barrio El Establo, donde cuarenta y cinco familias siguen esperando que alguien les construya algo más que ilusiones.
Hasta la próxima semana, mis queridos amigos desde “La Cigarra”. Aquí Timoteo, su servidor, les deja el chisme servido, con cucharilla y todo. Porque mientras haya café y conciencia, habrá historias que contar.