
¡Qué curioso…!
Es raro pensar sobre uno mismo, y reírse de su versión del pasado que, en realidad, suele ser lo más común. Recordar: esos “looks” que podrían interpretarse como un atentado al buen gusto, o esos amores que parecían más bien un compendio de desatinos o los sueños de cambiar el mundo, que parecía sólo necesitarnos para que funcionara y que se albergaban, como un fuerte “leitmotiv”, en la etapa de juventud.
Sin embargo, también es curioso pensar en lo que antes uno concebía como “absurdo” cuando se ve en retrospectiva. Para mí lo era al escuchar expresiones como “es muy difícil”, “es muy duro”, “nada como lo de uno” cuando oía a mis amigos de la universidad hablar de sus experiencias cuando salían del país, por un semestre, o por la gente que decidía migrar.
Para mí también, era incomprensible que alguien definiera como algo “duro” vivir en un lugar en el que las cosas funcionaban “bien”; en el que se tenía cultura cívica, en el que la gente era educada desde pequeña, en el que se respetaban las filas, las citas, los horarios del transporte público, porque además funcionaba perfecto y no lo abordaba toda suerte de personajes entre el cantante, el ladrón, el comerciante, el artista y uno solo rogaba mentalmente para que no le apuntaran como objetivo. En el que la mínima corrupción era motivo de dimisión de los funcionarios y no de pelea entre familias defendiendo a sus protagonistas. En el que la tasa de asesinatos no creciera en fechas como el día de las madres, el prontuario nacional no nos ubicara en los podios de lo más reprobables y en el que ostentar un récord Guiness fuera fuente de orgullo y no de risa, como en el nuestro, en el que “la cata de ron más larga del mundo” era un hecho y nos quitaran el de “la persona más pequeña del mundo”. Para mí era absurdo vivir en un estado que no fuera fallido, como consideraba al nuestro.
Lo más curioso es verme hoy, otorgándole la razón a esas voces. Corrigiéndome con rigurosidad. Estar fuera de la tierra del realismo mágico, nos ubica en la tierra del realismo. Así, a secas. Sin nada de magia. Sin nada de absurdo. Sin nada de diversión. Sin nada que rete la mente más dislocada o la normalidad más anómala.
¡Qué curioso!
Migrar es ahora una acción más accesible que hace algunos años, pero no por ello más fácil. Ahora parece inevitable, e incluso algunos lo siguen considerando una victoria. Para mí ha sido una derrota. Todos los días, desde la partida, lejos de mi país, que a veces parece caerse a pedazos, me siento derrotada incluso logrando mis propias metas. Es curioso porque, parece que solo cambia la escenografía, pero no. Colombia es un teatro, del absurdo, quizás sí, pero es MÍ teatro y sólo en él me siento protagonista.
El fenómeno migratorio, del cual hago parte, me ayudó a comprender el sentido de un texto escrito por el poeta nadaísta Gonzalo Arango, y que alguna vez encontré por casualidad. El intercambio cultural crea nuevas realidades.
“Éramos dioses y nos volvieron esclavos.
Éramos hijos del sol y nos consolaron
con medallas de lata.
Éramos poetas y nos pusieron a recitar
oraciones pordioseras.
Éramos felices y nos civilizaron.
Quién refrescará la memoria de la tribu.
Quién revivirá nuestros dioses.
Que la salvaje esperanza sea siempre
tuya, querida alma inamansable.”
En esa tierra, mi patria, agobiada y doliente, hay tanto amor en el fondo, que, sostiene los sueños de todos aquellos que nacen, viven, crecen, se mantienen, llegan, visitan y de los que la extrañan. Es muy duro verla desde lejos, porque está maltratada, y no es más que el resultado de nuestras propias angustias y en sus paredes vemos plasmadas no solamente vidas que cada día se van sin desearlo, sino también ilusiones que se pierden entre tanta indolencia, indiferencia, dolor, y sangre… pero es que es curioso, porque, aun así, el que la pisa, se enamora.
A mi esposo (porque sí, me casé en el extranjero, cosa que en Colombia parecía impensable) se le llenan de brillo sus ojos de conquistador hablando de, la arepa de huevo de don Óscar en Santa Marta, de la amabilidad y hospitalidad de Mauro el vendedor de la chaza de la 85 en Bogotá, que nos cuidaba mejor que un escolta de Mayweather, del color y la elegancia de las casas de Salamina, de la dulzura de mis tías y sus desmedidas atenciones, del ingenio de mi madre y la popularidad de mi padre, de las atenciones y el “mi amor” en cada esquina. ¡Qué curioso!, cuando las cosas de uno las ve alguien con otros ojos.
También he entendido el concepto de apreciar lo que se tiene cuando ya no está a la mano. Pero hay una salvaguarda en esta premisa, y es que Colombia, mi país, siempre está y por eso, invito a quien quiera viajar que lo haga, que nos movamos, que expandamos la mente y que enriquezcamos nuestra cultura, que tiremos abajo nuestros prejuicios y afiancemos nuestros principios, que nos enfrentemos a lo duro que es estar lejos y no tener a dónde ir, a construir nuestra tierra en donde estemos. Cambiar la visión de país no lo hacen los noticieros y menos lo políticos, lo hacemos cada uno de nosotros. Somos embajadores donde vayamos. Somos colombianos, y ese pasaporte NUNCA debe ser motivo de vergüenza, porque los que nos quieren hacer quedar mal lo sacan con altivez porque dice “Diplomático” en algún lado. Usted y yo sí somos auténticos y hacemos país.
Es curioso porque, hoy después de mucho tiempo vuelvo a escribir. La invitación era a escribir sobre mi experiencia como migrante y lo único que puedo hacer es pensar en cuando puedo volver a Colombia, a vivirla, porque ella en su rudeza y yo en mi ansiedad, hacían imposible quedarme. Quiero regresar a reencontrarme con sus olores, sus sabores, sus noticias absurdas, su folclor, esos “osos” que nos hacemos pasar y no podríamos explicarlo a un suizo, por ejemplo. Regresar con mi familia, mis amigos, con las sillas de siempre, con el local loco, el insulto gratuito, el taxi temerario, el ladrón sentimental, “el veci”, nuestros libros, nuestro nobel, nuestras luchas, nuestras victorias y colores, nuestros bailes, nuestra risa. Viajar siempre estará bien. Moverse cuesta. Es cambiar de piel. Es incómodo, pero es curiosamente necesario para volver a amar la raíz.
¡Qué curioso!,
Ayer me quería ir y hoy sólo quiero volver

2 respuestas
Es una muy buena radiografía de lo que es nuestro bello Colombia y de de lo que sentimos y pensamos los emigrantes. Alejandra lo hace con pulcritud y elegancia.
Lo nuestro es nuestro y su valor se asigna con el sentir que se desprende del alma y del corazón…….añorar y desear resembrar la vida, a pesar de las decisiones forzadas o no, es sinónimo de amor y solo amor por la tierra donde se plantó la semilla de una vida agradecida.. ..gracias Alejandra, un artículo que merece mi admiración y mis aplausos….