
En la inmensidad de los cerros jujeños, donde el cielo parece rozar la tierra y el viento susurra antiguas promesas, comienza cada año una danza de pasos y plegarias. Es abril de 2025, y la peregrinación a la Virgen de Punta Corral, en Tumbaya, Argentina, despierta una vez más el alma de un pueblo. Miles de fieles, con el corazón encendido y los pies cansados, ascienden por senderos sinuosos hacia el santuario de la “Mamita del Cerro”, llevando consigo no solo sus mochilas, sino también sus esperanzas, sus dolores y sus agradecimientos. Este año, bajo el lema “Con María de Punta Corral, somos peregrinos de esperanza”, la travesía adquiere un brillo especial, enmarcada en el Año Santo Jubilar y los 190 años de la aparición de la Virgen a Pablo Méndez en 1835.
La peregrinación no empieza en el primer paso del sendero, sino semanas antes, cuando Tumbaya y las comunidades vecinas de Tilcara, Tunalito y Maimará comienzan a latir al ritmo de los preparativos. En la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores, los devotos ultiman detalles en la iglesia: cambian las lajas del suelo, pintan las paredes, limpian los altares. Afuera, la Dirección Provincial de Recursos Hídricos ha trabajado sin descanso, asegurando que los cuatro caminos al santuario —Tumbaya (22 km), Tunalito (20 km), Tilcara (23 km) y Maimará (17 km)— estén transitables tras las lluvias que azotaron la región. Se han instalado gaviones para proteger las pasarelas y se han despejado los senderos de escombros, un esfuerzo colectivo que refleja el compromiso de Jujuy con esta tradición.
En la terminal General Manuel Arias de San Salvador de Jujuy, los colectivos especiales ya están listos. Desde el 8 de abril, más de 80 unidades trasladan a los peregrinos a los puntos de partida, un operativo coordinado por la Secretaría de Transporte que garantiza seguridad y eficiencia. En las casas, las familias preparan sus “kits de peregrinación”: botas resistentes, ropa de abrigo, linternas, botellas de agua y, para muchos, un cirio que encenderán en el santuario. Los más jóvenes revisan sus mochilas con entusiasmo; los mayores, con la calma de quien ha recorrido el camino decenas de veces, saben que la Virgen los espera.
El miércoles 9 de abril, los primeros peregrinos inician el ascenso. El camino de Tumbaya, el más tradicional, es un sendero sinuoso de dificultad media que serpentea entre cerros rojizos y quebradas silenciosas. A las 6 de la mañana, cuando el sol aún titubea en el horizonte, un grupo de unas 500 personas se reúne al pie del sendero. Entre ellos está Rosa, una mujer de 62 años que peregrina desde que era niña. “Mi madre me trajo por primera vez cuando tenía diez años,” cuenta, ajustándose el sombrero de paja. “Le pedí a la Virgen por mi salud, y aquí estoy, agradeciéndole otro año.”
El aire es fresco, pero el sol pronto comienza a calentar. Los peregrinos avanzan en pequeños grupos, algunos cantando alabanzas, otros en silencio, sumidos en sus pensamientos. A lo largo del camino, el SAME ha instalado 11 puestos de salud, con más de 160 agentes listos para atender torceduras, mareos o el temido mal agudo de montaña, que afecta a los caminantes en algún momento debido a la altitud, 4.200 mts. Sobre el nivel del mar. En uno de los puestos, un joven voluntario del SAME, Miguel, ofrece agua a una familia exhausta. “Es duro, pero ver sus caras cuando llegan al santuario lo vale todo,” dice con una sonrisa.
El camino de Tilcara, más exigente en su primera mitad, atrae a los peregrinos que buscan una conexión con la Virgen del Abra de Punta Corral, cuya imagen descansa en la capilla de Tilcara la mayor parte del año. En contraste, la Virgen de Copacabana de Punta Corral permanece en los cerros, y es hacia ella que la mayoría dirige sus pasos. “Son dos imágenes, pero una sola Virgen,” explica el padre Abraham Pereyra, párroco de Tumbaya, mientras prepara la misa del sábado en el santuario. “Ella nos une, nos da esperanza.”

Tras unas 16 horas de caminata —menos para los más rápidos, más para los que descansan con frecuencia—, los peregrinos llegan al santuario de Punta Corral, un humilde templo de piedra encaramado a 4.200 metros de altura. El paisaje es sobrecogedor: cerros que se alzan como guardianes, nubes que flotan tan cerca que parecen al alcance de la mano, y un silencio que solo rompen las campanas y los cánticos. La imagen de la Virgen de Copacabana, con su manto azul y su rostro sereno, preside el altar, rodeada de flores y velas que titilan en la penumbra.
El sábado 12 de abril, la misa de las 10 de la mañana reúne a miles de fieles. Es una misa campal, que se desarrolla en el atrio de Iglesia ante cientos de miles de fieles. Algunos han dormido en carpas cercanas, otros llegan justo a tiempo, con el polvo del camino aún en sus rostros. Cinco sacerdotes, enviados por la diócesis, ofrecen confesiones y bendiciones, guiando a los peregrinos hacia las indulgencias plenarias del Año Jubilar. Una mujer joven, Ana, llora quedamente mientras reza. “Le pedí por mi hermano, que está enfermo,” confiesa. “Siento que ella me escucha.”
La noche del sábado es un mosaico de emociones. Las 150 bandas de sikuris, con sus zampoñas y tambores, llenan el aire de melodías ancestrales, un homenaje a la fusión de la fe católica y las raíces indígenas de Jujuy. Los peregrinos se reúnen en fogatas, compartiendo mate y relatos. Un anciano, Don Eusebio, cuenta la historia de Pablo Méndez, el pastor que en 1835 vio a la Virgen en el Abra de Estancia Vieja. “La piedra que encontraron tenía su rostro,” dice, señalando el cielo. “Por eso la llamamos Mamita del Cerro.”
El Domingo de Ramos, 13 de abril, marca el clímax de la peregrinación: la bajada de la Virgen de Copacabana a Tumbaya. Desde las 7 de la mañana, los devotos se congregan en el santuario para acompañar la imagen en su descenso. El camino es lento, solemne, interrumpido por cánticos y oraciones, los Sicuris, encabezan la bajada. La Virgen, llevada en andas por los más fuertes, parece flotar entre la multitud, su manto ondeando al viento.
En Tumbaya, la expectativa crece. La Parroquia Nuestra Señora de los Dolores está adornada con flores y banderas, y las calles se llenan de vecinos y visitantes. A las 19 horas, cuando la procesión aparece en el horizonte, un grito colectivo estalla: “¡Viva la Virgen!” Las campanas repican, los sikuris redoblan su música, y los niños corren junto a la imagen, lanzando pétalos. El obispo César Daniel Fernández preside la misa de bienvenida, bendiciendo los ramos y recordando el lema del año: “Somos peregrinos de esperanza.”
Entre la multitud está Sofía, una adolescente de 16 años que peregrina por primera vez. “Sentí algo muy fuerte cuando la vi llegar,” dice, con los ojos brillantes. “Es como si ella supiera todo lo que cargamos.” Su madre, a su lado, asiente. “Esto es lo que nos hace jujeños: la fe, la comunidad, el sacrificio.”
La peregrinación no está exenta de retos. El operativo de seguridad, coordinado por el Ministerio de Seguridad, el SAME, la Policía, Gendarmería y los Bomberos Voluntarios, es un esfuerzo titánico. Este año, se han instalado carpas en Tumbaya y Tunalito para registrar a niños, adolescentes y adultos mayores, asegurando una asistencia especial. Los caminos, aunque mejorados, siguen siendo traicioneros; una caída o un mareo pueden convertirse en emergencias serias a tanta altitud. “El objetivo es que todos regresen a casa sanos,” dice Pablo Giachino, secretario de Transporte, mientras supervisa los colectivos de refuerzo.
El clima también juega su papel. Las bajas temperaturas nocturnas y el sol abrasador del mediodía exigen preparación. Las autoridades han insistido en llevar ropa de abrigo, agua potable y protector solar, consejos que no todos siguen. En el camino de Maimará, el más corto pero de alta dificultad, un grupo de peregrinos novatos debe detenerse por agotamiento. “Subestimamos el ascenso,” admite uno de ellos, jadeando. Afortunadamente, un puesto de salud cercano los atiende rápidamente.
Cuando la Virgen llega a Tumbaya, la Semana Santa apenas comienza, pero para muchos peregrinos, el viaje ya ha cumplido su propósito. Algunos regresarán a sus hogares en San Salvador, otros se quedarán para las misas y procesiones de los días siguientes. En el santuario, ahora vacío, quedan las flores marchitas y las velas consumidas, testigos mudos de una fe que trasciende el tiempo.

La peregrinación a Punta Corral es más que un evento religioso; es un espejo del alma jujeña, una danza de esfuerzo y devoción que une a generaciones. Es el anciano que camina con bastón, recordando su juventud; es la madre que lleva a sus hijos para enseñarles el valor del sacrificio; es el joven que descubre, entre los cerros, que la esperanza no es solo una palabra. Es, en esencia, un acto de amor hacia la Mamita del Cerro, cuya presencia sigue guiando a su pueblo desde aquel lejano día de 1835.
Mientras el sol se pone sobre Tumbaya, tiñendo los cerros de tonos dorados, los peregrinos se dispersan, pero su promesa permanece: volverán el próximo abril, con nuevos ruegos y nuevos agradecimientos, a caminar el camino de la fe.
Se calcula que la peregrinación del presente año conto con mas de 150 mil peregrinos.