
La polarización que respira el país como consecuencia de las elecciones presidenciales de mayo y junio de 2022, ha dado origen a una serie de muestras de fanatismo que preocupan sobremanera. Las razones esgrimidas son diversas, pero prevalece la militancia política como la principal. Cada extremo manifiesta tener la razón. Nada más peligroso que esto.
La historia ha dado muestras más que reveladoras de lo dañino del apasionamiento sin sentido en cualquier actividad humana. Las razones de carácter religioso fueron tal vez las primeras en el registro de hechos de este tipo, valga mencionar por ejemplo, los enfrentamientos más encarnizados que tuvieron como fuente inspiradora e instigadora a las deidades de cada bando. Sin embargo, otras manifestaciones de intolerancia se basan en hechos raciales, territoriales, económicos o deportivos.
Los resultados son lamentables y cualquier medición es corta desde las consecuencias afrontadas; tal es el caso de las innumerables víctimas de las guerras de origen religioso, las invasiones de territorios, las masacres raciales. Pero también pesa sobre esto la desaparición de personajes relevantes en diversas etapas históricas, tales como: Sócrates, condenado a beber cicuta (año 399 a. C.) por expresar sus ideas en contra de los dioses ancestrales pero no contra la ley vigente, no obstante sus allegados le recomendaron huir una vez conocida la sentencia, pero él, respetuoso de sus principios, afrontó la condena. Martín Luther King, asesinado por defender los derechos de la raza negra en un país excluyente como los EE.UU, en los años sesenta. Ni que decir también de Jesús de Nazaret, condenado por una turba alienada, cuya decisión lamentaron después.
Valga recordar episodios tan sórdidos y reprochables fruto del fanatismo como la Inquisición en la edad media; el islamismo en años recientes; el Ku Klux Klan, a finales del siglo XIX y mediados del siglo XX; el Holocausto Nazi de la segunda guerra mundial; en fin, ejemplos de intransigencia y ceguera motivadas por la falta de tolerancia y menosprecio por las ideas y opiniones ajenas.
Nuestra historia también registra episodios reprochables y conviene recordar, en este mes, la muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, víctima de la guerra interpartidista, la intolerancia, y los intereses ocultos por el poder. Como homenaje es menester recordar la famosa “Oración por la paz”, pronunciada por él en la plaza de Bolívar de Bogotá, el 7 de febrero de 1948, dos meses antes del magnicidio, con multitud de seguidores llegados desde distintos puntos del país. Así lo registra el portal CNU de la Cancillería de Colombia, (fragmento):
“Esta pieza oratoria de Gaitán se llamaría “oración por la paz”, porque Colombia registra, desde 1947, diversos hechos de violencia política que hacen cada día más agresivo el pleito entre los partidos tradicionales: a finales de diciembre de 1947 en Chiquinquirá (Boyacá) policías ebrios disparan contra el dirigente liberal Jorge Armando Cortés, su esposa y su hermano; en enero de 1948 se informa de matanzas políticas en ciudades boyacenses como Villa de Leiva, Chiquinquirá, Coper y Sutamarchán; y también en municipios del Norte de Santander como Salazar de las Palmas, Arboledas, Cucutilla, Chinácota, Pamplonilla, Ragonvalia… En realidad, crecen la intolerancia y el sectarismo en todo el país y de ahí que una actitud y una voz que se levantan contra el fanatismo reúnan multitudes silenciosas, que expresan su duelo con banderines negros.
Gaitán, como intérprete de sus seguidores y oyentes, parece dirigirse al presidente de la república, a 120 metros de la Casa de Nariño o Palacio Presidencial:
“Señor presidente: No os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no siga por caminos que nos avergüenzan ante propios y extraños. ¡Os pedimos tesis de piedad y de civilización!
Señor presidente: Os pedimos cosa sencilla para la cual están de más los discursos. Os pedimos que cese la persecución de las autoridades y así os lo pide esta inmensa muchedumbre. Pedimos pequeña cosa y gran cosa: que las luchas políticas se desarrollen por cauces de constitucionalidad. Os pedimos que no creáis que nuestra tranquilidad, esta impresionante tranquilidad, es cobardía. Nosotros, señor presidente, no somos cobardes: somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. Pero somos capaces, señor presidente, de sacrificar nuestras vidas para salvar la tranquilidad y la paz y la libertad de Colombia.
Impedid, señor presidente, la violencia. Sólo os pedimos la defensa de la vida humana, que es lo menos que puede pedir un pueblo. En vez de esta ola de barbarie, podéis aprovechar nuestra capacidad laborante para beneficio del progreso de Colombia.
Os decimos, excelentísimo señor presidente:
Bienaventurados los que no ocultan la crueldad de su corazón, los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar los sentimientos de rencor y exterminio. Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad contra los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia”.
¿Repetimos la debacle? Debemos empezar por asumir una posición personal abierta al debate con respeto a las diferencias para construir una sociedad con igualdad de oportunidades para todos. Es necesario escuchar al contradictor para argumentar desde la razón y no desde la emoción. Convivir en la diferencia para llegar al consenso a través del disenso, principio elemental para construir la paz, en cualquier escenario en el que estemos.
Las redes sociales se están convirtiendo en el instrumento por excelencia para dar rienda suelta a manifestaciones fanáticas, sobre todo escudadas en nombres falsos. Lamentable. JLGN
Comentario del Editor
El texto que aquí se presenta es un llamado urgente a la sensatez en tiempos marcados por la polarización y el fanatismo político. Con firmeza y claridad, el autor nos recuerda que la historia no olvida los estragos causados por la intolerancia, y que los discursos cargados de odio solo conducen al abismo. Desde Sócrates hasta Gaitán, pasando por mártires como Luther King o Jesús de Nazaret, se evidencian los riesgos de silenciar las voces disidentes. Hoy, más que nunca, Colombia necesita un diálogo sincero, respetuoso y abierto, donde el disenso no sea motivo de persecución sino de construcción colectiva. Este texto no es solo una reflexión: es una advertencia sobre la necesidad de no repetir los errores del pasado. Como medio comprometido con la democracia, valoramos profundamente este tipo de aportes, que invitan a la ciudadanía a pensar, debatir y actuar desde la razón, no desde la emoción ciega.
