
—A ver, Arturito, ¿qué me traes hoy? Te veo agitado, como si vinieras con una historia que te pesa en el pecho.
Arturito (sentándose con fuerza en una silla):
—No es una historia, jefe… es una herida abierta. Vengo de Palenque, un barrio de Salamina que está gritando auxilio, y nadie lo escucha. O peor: los que pueden hacer algo, simplemente no van.
—¿Tan grave está la cosa?
Arturito:
—Peor de lo que uno imagina desde este escritorio. Palenque es tierra de nadie. Los vecinos viven en un estado de miedo constante. ¿Te suena a exageración si te digo que allá ya hay fronteras invisibles?
—¿Fronteras invisibles? Eso suena a conflicto urbano pesado, de esos que vemos en otras ciudades, no en Salamina.
Arturito
—Pues ya están aquí. Hay zonas dentro del mismo barrio que los jóvenes no se atreven a cruzar. ¿Por qué? Porque los “Pereiranos” —así les llaman a esa red de delincuentes— se han apoderado del lugar. Se han incrustado como una enfermedad silenciosa y están sembrando terror.
—¿Y la policía? ¿Las autoridades locales? ¿El alcalde?
Arturito (respira hondo):
—Brillan por su ausencia. Y cuando aparecen, llegan tarde, sin convicción, como si su deber fuera un favor. Los vecinos dicen que no conocen sus caras. Y te digo más: muchos sienten que Salamina no tiene alcalde. Que la administración está desconectada de la realidad de los barrios.
—Eso es muy grave, Arturito. ¿Qué tipo de situaciones se están viviendo?
Arturito:
—Imagínate esto: casas que se convirtieron en expendios de droga. Esquinas tomadas por jíbaros. Jóvenes desfilando, buscando su dosis como si estuvieran en la vieja calle del Cartucho en Bogotá. Todo esto ocurre en la esquina del sector llamado “el Competidor”. Ahí es donde la realidad se ve sin maquillaje.
—¿Hay pruebas de esto?
Arturito:
—No hace falta una cámara oculta. Basta con estar ahí quince minutos. Pregúntale a Evelio “Natilla”, un vecino de toda la vida. Cada vez que visita su propiedad tiene que pasar por medio de esa escena. Ve a los jóvenes tirados, rendidos ante la droga, y se le parte el alma. Él es testigo vivo de esa decadencia.
—Evelio “Natilla”… lo conozco. Hombre de palabra. Si él lo dice, es porque lo vive. ¿Y qué ha dicho la comunidad? ¿Hay organización, reclamos?
Arturito:
—Han levantado la voz, claro. Pero sienten que sus gritos se pierden en el viento. Lo triste es que no es solo Palenque. También pasa en Galán, en el Obrero, en el 20 de Julio, en El Hipódromo… barrios que necesitan ser parte del plan territorial. Que necesitan que el alcalde y su equipo salgan de la oficina y caminen la calle.
—¿Y tú qué crees que hace falta?
Arturito (sin dudar):
—Presencia. Acción. Escucha. No se puede gobernar una comunidad que no se conoce. Si no se va a los barrios, si no se habla con la gente, si no se pisa el barro, entonces ¿qué se está haciendo desde el poder?
—Es decir, hay una fractura total entre la administración y la gente.
Arturito:
—Exactamente. Y esa fractura la están llenando otros. Los que llegan con dinero sucio, con poder violento, con amenazas veladas. En los huecos donde no llega el Estado, el crimen organiza su propia ley.
—Y eso en cualquier parte se llama pérdida del control territorial. ¿Hay miedo entre los jóvenes?
Arturito:
—Mucho. Hay chicos que han dejado de estudiar o de trabajar porque cruzar ciertas esquinas es arriesgarse a una golpiza o algo peor. Ya no hay espacios seguros. Ni siquiera el parque.
—¿Y qué dicen los líderes comunitarios?
Arturito:
—Algunos se han atrevido a denunciar. Otros han optado por callar. No por cobardía, sino por miedo real. Porque enfrentarse a esos grupos tiene consecuencias. La comunidad necesita respaldo. Y ese respaldo solo puede venir de un gobierno que se tome en serio su papel.
—Esto es una denuncia que no se puede ignorar. ¿Has hablado con alguien del Concejo?
Arturito:
—Intenté. Me dijeron que lo iban a revisar. Pero los días pasan y la cosa empeora. Las autoridades tienen que actuar ya. No se trata de más reuniones, sino de decisiones.
—Vamos a publicar esto. Con tu permiso, Arturito, vamos a ponerle nombre y rostro a esta situación. Que se sepa lo que pasa. Y que las preguntas incomoden.
Arturito (con los ojos encendidos):
—Eso es lo que necesitamos, jefe. Que Salamina despierte. Que el alcalde baje de su pedestal y se siente con su pueblo. Que entienda que su función no es solo firmar papeles, sino cuidar la vida de los salamineños.
—¿Cómo titularías esta historia?
Arturito (pensativo):
—“Palenque Clama: Crónica de un Barrio que Pide Socorro”.
—Perfecto. Y el sumario, que cuente que esto es más que una crónica. Es un llamado.
Arturito:
—Un llamado a la dignidad, a la seguridad y a la memoria de lo que era y puede volver a ser Salamina.
—Entonces, que retumbe esta historia en cada esquina. Y que las autoridades entiendan que el silencio también es complicidad.
Arturito:
—Y pa’ cerrar, jefe… no me deje ir sin contarle el último chisme, que está más caliente que tinto recién colado en la tienda de doña Tere.
Resulta que esta semana reapareció en redes sociales Luis Eduardo Ríos, el excandidato a la alcaldía. Se le vio muy sonriente, bien paradito, y —¡qué casualidad! — justo en medio de las actividades del Hospital, como si esas jornadas fueran la tarima de su próxima campaña.
¿Será que se quiere lanzar otra vez? ¿O anda detrás de algún carguito y está haciendo méritos? Porque esa manera tan estratégica de dejarse ver… mmm… raro, muy raro ese comportamiento, jefe. Aquí entre nos, la gente ya está preguntando más que en misa.
Y ojo con esto: esas campañas del hospital en los sectores rurales y urbanos no son ningún favor personal, ni mucho menos un acto de generosidad de algún político de turno. ¡Son parte de la obligación institucional en promoción y prevención de la salud pública! Entonces no vengan ahora con el cuentico de “miren qué buena gestión”, cuando lo que hay es protocolo y deber.
Así que ya sabe, mi editor… en Salamina hay que mirar dos veces: una para ver el show, y otra pa’ entender quién está jalando los hilos.