
En el corazón de Salamina, donde la historia se entreteje con la cotidianidad, se alza ahora un mural que no solo decora una pared: la dignifica. El parqueadero La Octava, administrado por Juan Carlos Gómez López, se convirtió en el lienzo de una obra que celebra los 200 años de vida de este municipio caldense. El mural del bicentenario, como ha sido llamado, fue pintado por el maestro Alexander Castaño, oriundo de Aranzazu, y es mucho más que una composición estética: es una declaración de amor a la tierra, a sus símbolos, a su gente.
La idea surgió de una necesidad profunda: rendir homenaje a Salamina en su bicentenario con algo que fuera representativo, visible y duradero. Como bien lo expresó Gómez, “teníamos que hacer algo representativo”. Y lo hicieron. Con pintura, con símbolos, con historia.
El café como raíz
El mural inicia su relato con los granos de café, ese cultivo que ha sostenido a las familias campesinas por generaciones. En Salamina, el café no es solo economía: es identidad. Representa más del 50% de la actividad productiva del municipio y ha sido el sustento de miles de hogares. Por eso, rendirle homenaje era no solo justo, sino necesario. Los granos pintados en la pared no son decorativos: son semillas de historia.
El Jeep y el “Jipao”: movilidad con memoria
Junto al café aparece el Jeep, ese vehículo que ha sido compañero inseparable del campesino en las carreteras agrestes y olvidadas del norte caldense. El Jeep no solo transporta productos: transporta sueños, esfuerzos, vida. En la parte alta del mural, el “Jipao” —ese desfile típico donde se carga el trasteo completo— aparece con sus elementos icónicos: el televisor, la radiola, el canasto, las canecas, las ollas… y el Corazón de Jesús. Porque en Salamina, la fe también viaja.
Dios en el mural: la fe como columna
La presencia del Corazón de Jesús no es casual. Salamina ha sido históricamente una ciudad profundamente católica, y el mural lo reconoce. “No podíamos dejar desapercibido a nuestro Dios”, dice Gómez. En tiempos de crisis, la espiritualidad ha sido refugio, guía y consuelo. El mural lo recuerda con respeto y convicción.
Fauna, flora y paisaje cultural
El fondo del mural está poblado por cultivos de café, reafirmando que este territorio es parte del Paisaje Cultural Cafetero. Pero también hay fauna: el barranquero o barranquillo, ave emblemática del norte de Caldas, aparece como símbolo de permanencia y belleza. Estas aves, que han decidido quedarse en el territorio, son parte del paisaje y del alma salamineña.
Arquitectura que resiste
Las casas antiguas representadas en el mural muestran la tapia, el bareque, la madera, los balcones, los aleros y la teja: elementos de la colonización antioqueña que dieron forma a Salamina. Esta arquitectura no es solo estética: es resistencia. En cada puerta de madera hay una historia, en cada alero una memoria. El mural las recoge con fidelidad.
El templo y la fuente: símbolos mayores
No podía faltar el templo, hoy Basílica menor, insignia gigante de la ciudad. “Un mural que no tenga nuestro templo no está bien representado”, afirma Gómez. Y tiene razón. Este templo es único en el mundo, y su presencia en el mural es un acto de justicia simbólica. Junto a él, la fuente del parque Bolívar, cuya llegada fue difícil pero finalmente logró instalarse, aparece como otro símbolo de perseverancia.
Palmas de cera: homenaje a San Félix
En el fondo, las palmas de cera rinden homenaje al corregimiento de San Félix y al Valle de la Samaria, hoy destino turístico por excelencia. Las palmas no solo embellecen: elevan. Son testigos silenciosos de la historia y el paisaje, y el mural las recoge como parte esencial del relato.
El farol y la noche del fuego
Finalmente, el farol representa la noche del fuego, celebrada el 7 y 8 de diciembre, en honor a la Inmaculada Concepción. En Salamina, la luz no es solo iluminación: es devoción. El mural lo recuerda con un farol encendido, como símbolo de fe y tradición.
Conclusión: El mural como espejo de Salamina
El mural del bicentenario no es solo pintura. Es una declaración de amor a Salamina. Nació de una necesidad profunda, casi intuitiva, de rendir homenaje a una ciudad que ha resistido el paso del tiempo con dignidad, belleza y memoria. Como bien lo expresó Juan Carlos Gómez López, “teníamos que hacer algo representativo”. Y lo hicieron. Con pintura, con símbolos, con historia.
La elección del lugar no fue casual. Esa pared, hasta entonces silenciosa, se convirtió en lienzo de identidad. Allí se conjugan dos propósitos que no se excluyen: el homenaje y la visibilidad. Porque mostrar algo bello también es una forma de decir “esto somos”, “esto defendemos”, “esto compartimos”.
La participación del maestro Castaño fue clave. Su sensibilidad artística y su capacidad para interpretar el alma de un pueblo permitieron que cada trazo tuviera sentido. El proceso fue colaborativo, con ajustes, sugerencias y diálogo. Pero lo esencial se mantuvo: representar lo que Salamina es, lo que ha sido, lo que quiere seguir siendo.
Hoy, quienes pasan por el parqueadero se detienen. Observan. Preguntan. Reconocen. Porque no existe en Salamina un mural igual. No hay otro que hable con tanta claridad de lo que somos. Y eso lo convierte en un hito.
El mural también cumple una función pedagógica. Los visitantes, muchos de ellos extranjeros, llegan al parqueadero con curiosidad. Ven el mural y quieren saber más. “¿Dónde está el templo?”, preguntan. “¿Dónde queda el Valle de la Samaria?”, “¿Qué significa esa fuente?”. Y desde allí, desde esa pared pintada, comienza un recorrido por la ciudad. El arte se convierte en guía, en mapa, en invitación.
Pero más allá del turismo, lo que este mural provoca es orgullo. Orgullo de pertenecer. Orgullo de ver representada la historia propia. Orgullo de saber que aún hay quienes se toman el tiempo de hacer algo por su municipio, no por interés, sino por convicción.
La generosidad también está presente. El mural no es propiedad privada. Es patrimonio afectivo. Está autorizado para ser compartido, difundido, mostrado al mundo. Porque Salamina no se esconde. Se ofrece. Se defiende. Se celebra.
En un país donde tantas veces se destruye lo que nos une, este mural construye. Une generaciones, convoca memorias, activas conversaciones. Y lo hace desde la sencillez, desde la honestidad, desde el deseo genuino de homenajear.
Por eso, esta obra no debe quedar como anécdota. Debe ser punto de partida. Que otros muros se conviertan en lienzos. Que otras esquinas hablen. Que la ciudad se pinte con sus símbolos, con sus luchas, con sus sueños. Porque cuando el arte nace del corazón de la comunidad, no hay poder que lo silencie.
El mural del bicentenario es, en definitiva, un espejo. Un espejo donde Salamina se mira y se reconoce. Y al hacerlo, se reafirma. Se levanta. Se proyecta. Porque la memoria, cuando se pinta con dignidad, se vuelve inmortal.

2 respuestas
Excelente análisis del mural,que hace parte de nuestra historia en estos 200 años de cultura y tradición
… La Basílica ( otro fortín).
Donde su principal mural, situado antes de bomba de gasolina a la salida para Manizales.
» Que su mejor negocio es ser amigo de YeShúa HamaShiah » – y así conseguir aumentar su negocio con miles de amigos y feligreses más de Jesús: porque sus curas, ni son Jesús, ni viven como Jesús, ni son ejemplo de Jesús. Predican pero no aplican -.
Y porque no …
Su mejor negocio, el monopolio de la muerte y su tienda parroquial y su extensión en el cementerio, donde nuestros dolientes ya muertos, tienen que seguir pagando un arriendo por sus huesos, etc.
… y de aquello nada : bondad, caridad y misericordia, hacia los más desfavorecidos. Humildad y sencillez.
Pero eso si … emulando al rico Epulon de sus Sagradas Escrituras, con sus casas parroquiales, autos y palacio arzobispales.