
En el corazón de Caldas, donde el café huele a historia y las fachadas se pintan de orgullo, Salamina se nos presenta como una joya de vitrina: bonita, elegante, con título de Monumento Nacional desde el 82… pero con la billetera más vacía que bolsillo de jornalero en quincena. Porque sí, señores, mientras los turistas se toman selfies en los balcones republicanos, las finanzas del municipio hacen agua por todos lados.
Según el último chisme técnico del Departamento Nacional de Planeación (DNP) —que no es chisme sino informe serio, pero igual se comenta como si fuera novela— Salamina está en el puesto 22 de 27 en sostenibilidad financiera. O sea, raspando el fondo del tarro. Y no es que el número sea caprichoso: es la radiografía de una crisis que no hace ruido, pero que huele a pólvora mojada. Una crisis que pone en jaque la autonomía fiscal, la capacidad de hacer algo útil con el presupuesto y, de paso, el futuro de los salamineños.
¿Y qué es esa tal sostenibilidad financiera?
Pues no es una palabra de cajón ni un invento de tecnócratas aburridos. Es, en cristiano, la capacidad de un municipio para vivir de lo suyo, gastar con cabeza, invertir en lo que importa y no andar pidiendo limosna cada vez que quiere pavimentar una calle. Pero Salamina, ay Salamina, parece más un pensionado dependiente del cheque nacional que un municipio con bríos. Vive del Sistema General de Participaciones (SGP), ese mecanismo que reparte plata desde Bogotá como si fuera aguinaldo. Más del 70% de sus ingresos vienen de ahí. ¿Y qué pasa? Que si en la capital se les ocurre cambiar las reglas, recortar o hacer maromas fiscales, Salamina se queda viendo un chispero.
Ahorro corriente: ni corriente, ni ahorro
Aquí el ahorro no es ahorro, es déficit con corbata. El municipio gasta más en nómina, servicios y papeleo que lo que recoge por cuenta propia. Es como tener una finca que produce café, pero gastar todo en pagar al mayordomo y no dejar ni un peso para sembrar. Resultado: no hay inversión, no hay crecimiento, no hay ingresos. Y vuelta y juega.
Inversión: se programa pero no se ejecuta
Salamina dice que va a invertir, pero a la hora del té, la plata se queda en el papel. ¿Por qué? Porque no hay estudios previos, ni diseños, ni licencias, ni cofinanciación. Es como querer construir una casa sin planos, sin ladrillos y sin permiso. Así, los recursos se devuelven, se subejecutan o se pierden en el limbo burocrático. Y mientras tanto, los salamineños siguen esperando obras que nunca llegan.
Patrimonio con fachada, pero sin cimientos
Sí, Salamina es un tesoro cultural. Nadie lo niega. Pero ese tesoro se está convirtiendo en decorado de cartón piedra. Porque conservar el patrimonio, promover el turismo, mejorar la educación y la salud, requiere plata bien administrada. Y si el 70% del presupuesto se va en funcionamiento, ¿qué queda para transformar? Nada. Solo la foto bonita, el discurso de ocasión y los videos del modelito del palacio rosado.
El modelito del Palacio Rosado: ¿gestión o maquillaje?
Y aquí viene lo bueno, lo que se está cocinando en las mesas de la Cigarra, donde los sabios del pueblo, los que no se tragan entero, están debatiendo la ineficacia del modelito del Palacio Rosado. Porque una cosa es tener fachada de gestión y otra muy distinta es tener resultados. La Ley 617 de 2000 dice que hay que gastar con mesura, pero la norma sola no hace milagros. Se necesita voluntad política, innovación administrativa y ciudadanía activa. Y eso, en Salamina, está más escaso que el agua en verano.
¿Qué hacer entonces?
Primero, dejar de vivir del SGP como si fuera pensión. Hay que fortalecer los ingresos propios, pero sin clavarle más impuestos al pueblo. Se trata de cobrar bien lo que ya existe, modernizar el catastro, sacarle jugo al turismo sostenible y apoyar a los emprendedores locales. Segundo, recortar la grasa burocrática y priorizar la inversión. Tercero, meter al pueblo en la jugada: veedurías, consejos de planeación, rendición de cuentas. Que el salamineño sepa dónde va cada peso y pueda decir “¡eso no se lo traga ni el diablo!”.
El puesto 22: más que un número, una alarma
Ese puesto no es solo una cifra en un informe. Es el grito silencioso de un municipio que se está quedando sin piso. Salamina tiene historia, belleza y gente berraca. Pero necesita finanzas sanas, administración con pantalones y ciudadanía despierta. Porque la memoria sola no sostiene un pueblo. Se necesita plata, gestión y corazón.
Así que, señores del Palacio Rosado, menos maquillaje, menos fotos y más acción. Y a los salamineños, que no se les duerma el juicio: el futuro se construye con participación, con exigencia y con la terquedad de quien no quiere ver su tierra convertida en postal sin alma.
Y mientras el burgomaestre se enreda con promesas que no llegan ni al andén…
La gestión del actual alcalde de Salamina sigue dejando más preguntas que respuestas. Obras inconclusas, contratos enredados y una desconexión creciente con las necesidades reales del pueblo han convertido su mandato en una especie de novela sin final feliz. Pero como dice Timoteo, “cuando el que manda no manda, los que merodean mandan por debajo”.
Y es aqui donde entramos al terreno que más nos gusta: el de los chismes sabrosos, los rumores con fundamento y las verdades que se dicen en voz baja pero se gritan con el voto. Porque si el alcalde anda perdido, hay quienes sí saben cómo sostenerse en el poder… aunque sea con métodos que huelen a viejo.
Pasemos entonces al Rincón de Timoteo, donde la política se desnuda sin maquillaje y los protagonistas no siempre salen bien librados.
Dicen en los pasillos del Hospital, en los cafés del Parque y hasta en la fila del banco, que la concejal Blanca Rocío Marulanda no se baja del Concejo ni con agua bendita. Y no por méritos, sino por mecánica. Según los corrillos, su permanencia no se explica por votos libres, sino por “aportes voluntarios” que más parecen diezmos obligatorios.
Timoteo escuchó a más de un contratista mascullar entre dientes que, para conservar el puesto, hay que entregar el 10% del salario a la “honorable”. “Aquí todos lo saben, pero nadie lo dice”, soltó una excontratista con voz temblorosa y mirada de quien ha sido humillada. El sistema, según cuentan, funciona como una especie de impuesto no oficial: si querés contrato, pagás; si querés renovar, volvés a pagar.
Y así, entre agradecidos, asustados y resignados, se arma una maquinaria electoral que ni los vientos del Magdalena pueden tumbar. Porque cuando el sustento de tu familia depende de una curul, el voto se vuelve obediente. Pero ojo, que los murmullos ya se están convirtiendo en gritos: varios contratistas dicen que van a tomar acciones legales. ¿Será que se le acaba el reinado a la señora del diezmo?
“Mafe en modo turista y los contratos en modo feria”
Suena por la cigarra —esa que no calla ni en Semana Santa— que “Mafe”, como le dicen los chismosos del otro café, anda de vacaciones justo cuando se cocinan los eventos que el misma copatrocina. “Muy merecidas”, dicen algunos con sarcasmo, porque claro, el trabajo ha sido duro… aunque más duro parece el silencio que rodea la feria de contratos que se mueve mientras el descansa.
Timoteo se enteró que en la administración se están firmando contratos por cuantías mínimas, justo las que permiten evadir la licitación pública. “Es que así se puede contratar sin tanto ruido”, comenta un funcionario con cara de yo-no-fui. Y mientras los eventos se hacen sin su presencia, los contratos se reparten como confites en fiesta de pueblo.
¿Coincidencia o estrategia? ¿Vacaciones o cortina de humo? Lo cierto es que los papeles se mueven, los montos se repiten y los nombres se reciclan. Y como dice Timoteo: “Cuando el gato no está, los ratones no solo bailan… también facturan”.
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