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El Cedral: la casa que fue cuartel, la memoria que fue bandera olvidada

La finca El Cedral, antiguo cuartel del General Cosme Marulanda, es símbolo histórico de Salamina. Hoy, en ruinas y olvidada, representa el abandono del patrimonio rural. Su restauración debió ser prioridad en el bicentenario, pero fue eclipsada por fiestas y desinterés institucional.
Foto de Oscar Jaime Serna intervenida con IA.

En las montañas que abrazan el corregimiento de San Félix, en el municipio de Salamina, Caldas, se levanta – con dignidad herida pero aún visible – la finca El Cedral. A simple vista, es una casa rural más, de tapia y teja, con corredores que se abren al viento y muros que resisten el paso del tiempo. Pero para quien conoce la historia, El Cedral es mucho más: es un cuartel de la memoria, un testigo silencioso de las guerras civiles que marcaron a Colombia en el siglo XIX, y un símbolo del abandono institucional que pesa sobre nuestro patrimonio.

La finca El Cedral, ubicada a unos 3 km del casco urbano de San Félix, corregimiento de Salamina, Caldas, es mucho más que una propiedad rural: es un sitio cargado de memoria histórica. En sus patios empedrados y tapias de adobe se albergó el cuartel del General Cosme Marulanda González, figura clave en las guerras civiles que sacudieron Colombia entre finales del siglo XIX y principios del XX.

Cosme Marulanda (1810–1887), además de ser un líder militar, fue representante de la concesión González & Salazar y facilitó la colonización en la zona de Marulanda y la cuenca del río Pocito. Participó en al menos seis conflictos armados, formando parte del llamado Batallón Salamina, cuando esta región era bastión militar del Estado Soberano de Antioquia.

La casa principal de El Cedral, construida entre 1840 y 1860, conserva aún su estructura original. Sus muros sirvieron de trinchera, sus corredores de estrategia, y sus noches de vigilia y planificación. Hoy, este lugar representa un patrimonio olvidado que merece ser rescatado como símbolo de la historia regional y nacional.

Entre 1870 y 1900, Colombia vivió una sucesión de conflictos armados que enfrentaron liberales y conservadores en una lucha por el poder, la tierra y el modelo de nación. En ese contexto, Cosme Marulanda González, nacido en 1810, se convirtió en uno de los líderes militares más influyentes del Estado Soberano de Antioquia. Participó en al menos seis guerras civiles, y desde Salamina organizó tropas, estrategias y alianzas.

La finca El Cedral fue su cuartel general. Allí se reunían los oficiales, se trazaban mapas, se almacenaban armas y se tomaban decisiones que afectaban el destino de pueblos enteros. El Cedral no era solo una casa: era un centro de operaciones, un refugio, un símbolo de resistencia. El Batallón Salamina, conformado por hombres de la región, tuvo en esta finca su base de operaciones durante los enfrentamientos más crudos.

La arquitectura de El Cedral, refleja la sobriedad y funcionalidad de la época: muros de adobe, techos de teja de barro, patios interiores, aljibes y corredores amplios. Cada rincón guarda ecos de voces, pasos, decisiones. Cada grieta es una línea de historia.

Hoy, El Cedral está en ruinas. La casa principal se sostiene con esfuerzo, pero sus muros están agrietados, sus techos colapsan en partes, y la vegetación avanza como si quisiera cubrir lo que la memoria oficial ha decidido olvidar. No hay placas, no hay rutas turísticas, no hay proyectos de restauración. Solo el silencio y el olvido.

Y lo más doloroso es que Salamina celebró recientemente su bicentenario. Se gastaron recursos públicos en fiestas, conciertos, aguardiente y tarimas. No se habló de historia, de legado, de orgullo. ¿Dónde estuvo El Cedral en esa celebración? ¿Por qué no fue una de las banderas del bicentenario? ¿Por qué no se invirtió en restaurar esta casa que fue cuartel, esta finca que fue testigo de la formación de la nación?

La respuesta es incómoda: porque en Colombia, el patrimonio se celebra con discursos, pero se abandona en la práctica. Porque la memoria rural no tiene lobby, no tiene micrófono, no tiene presupuesto. Porque preferimos la rumba al rescate, el aplauso al trabajo silencioso de restaurar lo que nos pertenece.

San Félix, con su paisaje de niebla, papales y caminos de herradura, es uno de los rincones más bellos del país. Pero también es uno de los más olvidados. La finca El Cedral podría ser un centro de interpretación histórica, un museo rural, un espacio pedagógico para estudiantes, turistas y salamineños. Podría ser parte de una ruta patrimonial que conecte la historia militar con la colonización antioqueña, con la arquitectura tradicional, con la identidad local.

Pero para eso se necesita voluntad. Se necesita que el municipio de Salamina deje de mirar solo hacia el centro urbano y extienda su mirada hacia su corregimiento. Se necesita que los recursos del bicentenario no se evaporen en pólvora y licor, sino que se traduzcan en ladrillos, tejas, vigas y proyectos sostenibles.

La finca El Cedral no es solo una casa vieja. Es un símbolo. Es la prueba de que la historia vive en los muros, en los caminos, en los silencios. Es el recordatorio de que la memoria no se celebra: se cuida. Y que cada vez que dejamos caer una casa como esta, dejamos caer una parte de nosotros.

Desde este rincón de la palabra, hago un llamado a las autoridades, a los historiadores, a los salamineños, a los colombianos: rescatemos El Cedral. No por nostalgia, sino por justicia. No por romanticismo, sino por responsabilidad. Porque si no cuidamos lo que fuimos, nunca sabremos quiénes somos.

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