Agencia Reuters – Equipo de Redacción La Revista
El pasado lunes, durante la Misa del Jubileo de la Santa Sede celebrada en la majestuosa Basílica de San Pedro, el papa León XIV pronunció un discurso que ya ha comenzado a marcar su estilo pontifical: sobrio, arraigado en la tradición y claramente orientado hacia una doctrina más estricta. En presencia de los empleados de la Curia Romana, el Pontífice expuso con firmeza su visión de una Iglesia que encuentra su vitalidad no en el cambio, sino en la fidelidad al misterio central de la fe cristiana: la Cruz.
Durante la homilía, León XIV hizo hincapié en el concepto de “fecundidad espiritual”, no como una metáfora ambigua, sino como una forma concreta de vivir la vocación cristiana a través del sacrificio. “Toda la fecundidad de la Iglesia y de la Santa Sede depende de la Cruz de Cristo. De lo contrario, es apariencia, si no algo peor”, citó El Cronista. Así, no solo trazó una frontera teológica entre lo esencial y lo accesorio, sino que también pareció establecer un nuevo marco para evaluar la acción pastoral de la Iglesia: una acción centrada en la cruz, no en la adaptación al mundo.
El Papa dirigió un llamado explícito a cada miembro del cuerpo eclesial —desde los cardenales hasta los padres y madres de familia— a vivir su vocación con entrega y fidelidad. En sus palabras, la fecundidad auténtica no reside en los resultados visibles o en la aceptación social, sino en la coherencia espiritual. Para ilustrar este punto, recurrió a dos imágenes marianas clave: María al pie de la Cruz, como símbolo de la nueva Eva que gesta la vida desde el dolor, y María en el Cenáculo, como imagen del alma contemplativa que unifica y da sentido a la comunidad cristiana.
Este enfoque no es casual ni superficial. En realidad, representa un distanciamiento palpable respecto a la línea pastoral más inclusiva y dialogante que caracterizó al papa Francisco durante sus más de diez años al frente de la Iglesia. Bajo Francisco, el Vaticano abrió espacios para discutir temáticas como el rol de los laicos, el acompañamiento pastoral a parejas homosexuales, el debate sobre las bendiciones a uniones no sacramentales y la necesidad de aggiornamento (actualización) del lenguaje eclesial. León XIV, sin confrontar abiertamente a su predecesor, ha comenzado a construir un discurso paralelo, centrado en el retorno a la raíz doctrinal.
Esta diferencia quedó especialmente clara en el primer discurso del nuevo Pontífice ante el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Allí, reafirmó una concepción clásica de la familia: “La familia se funda sobre la unión estable entre el hombre y la mujer… desde el niño por nacer hasta el anciano”. En un solo párrafo, abarcó tres grandes ejes de su visión: el matrimonio heterosexual como único modelo válido, la defensa de la vida desde la concepción, y el respeto por la dignidad de los ancianos y los migrantes. Es una propuesta integral, pero también excluyente para quienes buscan una interpretación más abierta de los textos evangélicos.
Durante la multitudinaria Misa jubilar del 1 de junio, que reunió a decenas de miles de fieles en la Plaza de San Pedro, León XIV volvió a insistir en este punto: “El matrimonio no es un ideal, sino la medida del amor verdadero entre un hombre y una mujer… un amor total, fiel y fecundo”. En este contexto, el Papa no solo defendió la familia como institución, sino también como principio organizador de la vida eclesial y social. “Las familias —dijo— son la cuna del futuro de la humanidad”. Con esta frase, elevó la función familiar a categoría teológica y política: núcleo de fe y semilla de paz.
Este énfasis cobra mayor relevancia al estar insertado en un escenario internacional marcado por conflictos bélicos como los de Gaza y Ucrania, y por un clima global de polarización política. En este marco, León XIV advirtió sobre el mal uso de la libertad como excusa para “quitar vidas” y llamó a “desarmar las palabras para desarmar la Tierra”. La alusión al lenguaje no es menor: el nuevo Papa parece creer que también en el modo de comunicar se juega el alma de la Iglesia. De ahí que su estilo sobrio y directo apunte a evitar ambigüedades.
Más allá del tono espiritual, su mensaje indica un proceso de reorientación dentro del Vaticano. Según numerosos analistas vaticanos, León XIV está delineando una agenda que se distancia de los ejes más progresistas del pontificado anterior, al mismo tiempo que preserva aspectos esenciales del legado de Francisco, como la preocupación por los pobres y el diálogo interreligioso. No obstante, los temas de familia, sexualidad y papel de los laicos parecen estar en revisión bajo una lupa más rigurosa.
Al exhortar a la Curia a “redescubrir la santidad personal”, León XIV no solo lanza un llamado a la coherencia de vida, sino también redefine el criterio con el cual se debe ejercer el poder dentro de la Iglesia. El servicio ya no se mide tanto por la eficiencia administrativa o por el éxito pastoral, sino por el testimonio de santidad que cada funcionario ofrece desde su estado de vida. Esta visión puede implicar transformaciones importantes en las estructuras de gobierno eclesiástico, incluso en el perfil de futuros obispos y cardenales.
En síntesis, el papa León XIV ha dejado en claro que su pontificado buscará edificar una Iglesia sólida sobre los pilares de la tradición, la ortodoxia doctrinal y la santidad personal. Aunque sus discursos heredan valores católicos perennes, también significan una ruptura simbólica con el estilo pastoral y reformista de su antecesor. La Iglesia que propone está más cerca de la mística del sacrificio que de la lógica de la inclusión. Es el comienzo de un tiempo distinto, que exigirá a los fieles —y a la misma institución— una profunda introspección espiritual y una renovada fidelidad a sus raíces.