Salamina y su Bicentenario: la mejor celebración sin conmemoración

La celebración del Bicentenario de Salamina fue una fiesta vistosa pero carente de profundidad histórica. Faltaron actos conmemorativos serios, gestión institucional eficiente y visión cultural. Se priorizó la superficialidad festiva sobre la memoria colectiva y el legado patrimonial de la “Ciudad Luz”.
Hermosas candidatas al reinado del bicentenario. Fotografía de Fernando Rodriguez

A una semana de las festividades por el Bicentenario de Salamina, es imperativo detenernos, con mente fría y espíritu crítico, a hacer una lectura profunda de lo que fue –y, lamentablemente, de lo que no fue– esta conmemoración. Porque, aunque las luces brillaron, la música sonó y las calles se llenaron de júbilo, lo cierto es que el Bicentenario se nos escapó entre fiestas, condecoraciones, discursos vacíos y promesas rotas. Lo que debió ser un acto de memoria y reflexión histórica terminó reducido a una celebración popular más, sin la hondura ni el respeto que exige una fecha de esta magnitud.

Comencemos por lo esencial: entender qué estábamos celebrando. Según la Real Academia Española, «celebración» es un acto festivo que destaca un acontecimiento positivo o alegre. «Conmemoración», por el contrario, es un acto solemne, de evocación, que honra un hecho trascendental. En el caso del Bicentenario, más que una celebración festiva, era una oportunidad única para conmemorar la historia de Salamina: su fundación, su aporte a la configuración del Estado colombiano, su papel como epicentro cultural del Viejo Caldas. Pero el enfoque adoptado por la administración municipal fue el contrario: optaron por la algarabía sin memoria, la música sin contexto, la pólvora sin historia.

Los pocos actos verdaderamente conmemorativos que se realizaron, como el concurso del libro histórico y el programa cultural del Banco de la República, no surgieron de la alcaldía ni de su equipo. Fueron iniciativas externas, financiadas parcialmente por el municipio, pero ni ideadas ni ejecutadas por sus funcionarios. Una adhesión circunstancial, no un gesto genuino de memoria institucional. Y aquí empieza el verdadero problema: la desconexión total entre la administración municipal y el sentido profundo de lo que debía significar el Bicentenario.

La gestión fue, sencillamente, ineficiente. El alcalde Manuel Fermín Giraldo y su equipo demostraron una alarmante falta de visión. No supieron (¿o no quisieron?) interpretar el significado histórico del momento. El secretario de planeación, figura omnipresente en las últimas administraciones, volvió a encarnar ese espíritu arrogante y tecnocrático que prefiere lo superficial a lo sustancial. Pero sería injusto culpar únicamente a los actuales responsables. La culpa, como suele ocurrir en los fracasos estructurales, es acumulativa.

La administración anterior, liderada por Juan Pablo Ospina Rosas, brilló por su omisión. No se hizo una planeación seria del Bicentenario, no se dejó nada estructurado, y se desperdició el tiempo valioso para iniciar la reconstrucción del Teatro Municipal. Teatro que, en un mundo coherente, debía haber sido reinaugurado como acto central del Bicentenario. En cambio, lo que tenemos es una ruina en deterioro, envuelta en escándalos de contratación mal ejecutada y sospechosamente reiterativa, con la figura del eterno secretario de planeación, Juan Carlos Arias Gómez, flotando como un fantasma entre contratos fallidos y promesas incumplidas.

¿Dónde están los más de 500 millones que se invirtieron en el fallido refuerzo del techo del teatro? ¿Qué pasó con la supervisión, con la rendición de cuentas, con la vigilancia ciudadana? Esta es una herida abierta que duele no solo por el abandono de un edificio emblemático, sino por el mensaje que deja: que, en Salamina, incluso los proyectos que podrían marcar un hito histórico terminan naufragando en la desidia y la mediocridad administrativa.

Ahora bien, como fiesta popular, el Bicentenario fue un éxito. La gente participó, los eventos se desarrollaron con fluidez, y hubo momentos de gozo colectivo. Nadie lo niega. Pero ¿a qué costo? Se invirtieron millonarios recursos para una celebración que, si bien alegró al pueblo, no dejó ningún legado concreto. Fue puro presente, sin pasado ni proyección de futuro. No hubo visión de ciudad, ni apropiación del relato histórico. Solo música, tarimas, desfiles y fotos en Facebook.

Y hablando de fotos, es ineludible mencionar al «equipo de comunicaciones», una vergüenza institucional que se limita a subir imágenes al azar y mal redactadas a redes sociales personales, mientras el sitio web de la alcaldía está desactualizado, incompleto y sin cumplir ni siquiera los requisitos legales mínimos. Una oficina que ni comunica ni informa, que ni difunde ni promueve. Un equipo de propaganda antes que, de comunicación pública, sin rumbo, sin técnica, sin estrategia.

Volviendo a la conmemoración como acto de memoria, resulta particularmente grave que el mismo alcalde cometiera errores históricos garrafales en entrevistas, afirmando que el 8 de junio de 1825 fue la fecha de fundación de Salamina. Error. Ese fue el día en que el entonces presidente Francisco de Paula Santander reconoció jurídicamente a Salamina como parroquia, pero para entonces el asentamiento ya existía y, como bien señalan los historiadores, debía contar con iglesia y organización civil previa. Más aún, la vida jurídica real empieza el 24 de agosto de 1828, con la posesión del primer juez y alcalde, Nicolás Gómez. Por lo tanto, hay planteado un debate académico, que no hay certeza de la real fecha de fundación; el centenario se conmemoró en 1927, el sesquicentenario en 1977 y ahora, el bicentenario en 2025.

En un Bicentenario, estos matices importan. Son el corazón de la conmemoración. Allí debía haberse enfocado la administración: en rendir homenaje a los fundadores, en reflexionar sobre las múltiples fechas fundacionales, en investigar, educar y transmitir a las nuevas generaciones lo que significa pertenecer a una ciudad con 200 años de historia. Pero, en cambio, se prefirió el show.

Otro aspecto decepcionante fue la escasa presencia de las colonias de salamineños en otras ciudades. Exceptuando la de Manizales –representada con decoro por el Dr. Guillermo León Valencia, a pesar de sus intervenciones flojas– y un puñado de personas desde Cali, la participación fue mínima. ¿Dónde estuvo la otrora poderosa colonia en Bogotá? ¿Qué hizo el asesor de relaciones públicas, Fabián López, y el tal “Pimbi”, dizque figura influyente en la capital? Absolutamente nada. No hubo convocatoria, ni liderazgo, ni articulación con quienes, aunque lejos, siguen sintiéndose parte de esta tierra. Otro fracaso más.

Y mientras tanto, las prioridades siguen desalineadas. El barrio El Establo, con sus graves problemas estructurales, sigue esperando soluciones. El acueducto municipal enfrenta protestas constantes. La ciudadanía ve cómo la administración se encierra en la vanidad de sus espectáculos mientras los problemas reales se acumulan sin respuesta. ¿De qué sirve gastar cientos de millones en artistas, tarimas y pólvora, si no hay agua en los hogares, ni teatro donde presentar una obra, ni espacios dignos para la cultura, ni archivos históricos preservados?

El Bicentenario de Salamina era una oportunidad irrepetible para sembrar memoria, fortalecer identidad, recuperar patrimonio y proyectar futuro. Pero se optó por la superficialidad. La historia fue reemplazada por la farándula; la reflexión, por el espectáculo. La conmemoración cedió su lugar a una celebración vacía, útil apenas para alimentar los egos del poder y maquillar, por unos días, la precariedad institucional de un municipio con enormes deudas sociales, culturales y administrativas.

Queda el deber ciudadano de seguir exigiendo. De pedir cuentas. De investigar qué pasó con los recursos, con los contratos, con las gestiones prometidas y nunca realizadas. Y, sobre todo, de rescatar la memoria de Salamina por nuestros propios medios: desde la escuela, desde los archivos familiares, desde la investigación seria y el compromiso de quienes todavía creemos que esta ciudad merece más que una fiesta. Merece verdad, memoria, justicia histórica. Merece conmemorarse con dignidad.

2 respuestas

  1. Ni archivos históricos preservados ? Es cierto la historia de Salamina se pudre está mal cuidada mal preservada y nos engalanamos de un pasado que está a punto de ser Con su perdón …Basura…del pasado

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