Columnista Invitado – La tragedia de Gustavo Petro

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, es retratado como un líder populista con ambiciones desmesuradas pero incapaz de gestionar la realidad. Su gobierno está marcado por corrupción, promesas incumplidas y una imagen internacional vergonzosa que no representa al pueblo colombiano.

Por Carlos Granés – Diario ABC de España

Lo desgarrador es su nula capacidad para gestionar lo real y concreto, y lo trágico, es su capacidad para endozar a sus rivales políticos los fracasos de una agenda política que se nutre de la mentira, el engaño, el fraude y la corrupción, hablo del actual presidente de Colombia, el progresista, guerrillero reinsertado del M 19, ex congresista de la izquierda radical y ex alcalde de Bogotá, la ciudad capital de Colombia, Gustavo Francisco Petro Urrego.

Quienes tienen el hechizo del poder en América Latina, no suelen ser políticos al uso, sino personajes desmedidos, con alma de visionarios o redentores, de mesías salvíficos, más que estadistas o gobernantes tradicionales y prueba de esto es que basta con pasar revista a los mandatarios actuales, tales como Maduro, Boric o Petro, que ninguno de ellos llegó a la presidencia de su país para gobernarlo, sino para salvarlo.

Estos líderes populistas, tocados por la «providencia», por el fraude, la corrupción, la avaricia o la imposición tiránica de sus convicciones, se impusieron en la misión de refundar sus países y hacer de su paso por la jefatura del Estado, un hito, un parteaguas en la historia, pero entre todos estos presidentes, el caso más fascinante, es el de Gustavo Petro.

El es quien tiene una imagen más sobredimensionada de sí mismo, tanto que Colombia le queda chica y en consecuencia, ha querido convertirse en un líder mundial y tutelar la causa contra el cambio climático en el mundo entero y ser el componedor pacifista que logrará que los conflictos mundiales de Asia, África, Europa y América se extingan en virtud a acoger sus propuestas de cambios en la legislación que controla hoy al mundo, por lo que no solo intenta redimir a Colombia de 200 años de malos gobiernos, sino salvar a la humanidad entera de su inminente extinción.

Nadie como él está tan persuadido de su propia bondad, de su hermosura moral y la urgencia de sus propósitos.

Quiere cambiar el sistema económico mundial para que el capitalismo no devore el planeta. Quiere la paz para Colombia y el mundo, y no una “paz neoliberal” como la que firmó Santos con las FARC, sino una «paz total» con la que se apacigüe de una vez y para siempre todos los focos de violencia en Ucrania, Palestina y el cosmos entero; así lo expresó en un discurso ante la ONU.

La humanidad, después de oír sus palabras, debería saber que su misión es “expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”.

Lo desgarrador en el caso de Petro es que la misión histórica que cree tener a cuestas, contrasta con una nula capacidad para gestionar lo real y concreto, pues mientras se eleva a otear desde el cosmos los males de la humanidad, su propio hijo se enriquece con dineros del narcotráfico, su hermano hace pactos en los presidios con el hampa y su esposa deambula de parranda por el mundo con un séquito de masajistas, maquilladores y estilistas que le ha costado al estado colombiano más 2 millones de dólares.

El mismo se destaca por incumplir las citas de primer nivel con la excusa de que el presidente no madruga, que la agenda del presidente es privada o que siempre se le presenta algo más urgente que le demora o le impide cumplir y todo indica que ha encargado a Xavier Vendrell, el promotor del Tsunami Democratic, que repita su infame gesta acosando a los magistrados de la Corte Suprema en Bogotá.

Pequeñez, mediocridad y violencia son las virtudes de Gustavo Francisco Petro Urrego que contrastan con una verborrea seráfica y una debilidad evidente por evadirse de la realidad gracias a sus cafés mañaneros o a esa gastritis que heredó de su Sra madre.

La distancia abismal que hay entre sus ideales y sus logros, entre la imagen que tiene de si mismo y sus capacidades reales, convierte a Gustavo Petro en un personaje trágico, condenado al autoengaño y al victimismo, que achaca su inevitable fracaso, no a su ineptitud, sino al complot de los malos que no le dejan gobernar o que le dan golpes blandos o peor aún que atentan contra su vida.

Lo fascinante es que su desgarramiento es el drama humano por excelencia, (nunca estaremos a la altura de nuestros deseos o ideales, nuestra imaginación siempre es más potente que nuestra voluntad).

La fatalidad para Colombia es tener que presenciar esa tragedia humana en el palacio de gobierno, que día a día, entre la intimidad de su hogar o en la cercanía de sus alfiles de gobierno o en los procederes de quienes por el son nombrados en los cargos más importantes de su gobierno, solo se puede observar caos, tragedia, traición y corrupción.

Nota : En Realidad este personaje nunca debió pertenecer ni a la Política, ni mucho menos a alguna esfera de Gobierno, ni en Colombia ni en ningún otro lugar, quizás, de pronto, sería aceptado en un sistema de gobierno como el de la Venezuela actual, que por ser una dictadura se puede dar el gusto de tener un orate como ese en sus filas.

Realmente Gustavo Petro es un Desastre Total.

A tal punto que se ha convertido vergonzosamente en un «Mandatario» ridículo, y en el hazme-rreir mundial, que pone a Colombia en una posición y opinión errada de la Política global,

pero se debe decir que realmente en promedio generalmente los colombianos NO son así, en general son, en promedio, educados, inteligentes y moderados al hablar, pero su Presidente actual, a nivel internacional, tristemente envía un mensaje muy vergonzoso del pueblo colombiano que realmente NO los representa.

Como lo mencioné antes, Gustavo Francisco Petro Urrego ES UNA VERGUENZA MUNDIAL.

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